Qué cansancio el pandémico. Aunque más que cansancio, creo
que ya es puro aburrimiento. Y no me refiero al aburrimiento propio del
confinamiento y la clausura de todo un sistema de vida basado en la calle. Es
un aburrimiento mental y emocional.
Me aburre enormemente
el continuo debate en informativos, redes y medios en general acerca de lo
apropiado o errático de las medidas adoptadas. Detractores del gobierno,
defensores, cifras, datos, argumentos a favor, en contra y todo lo contrario.
Cada uno con su cadaunada elabora una teoría afín a su manera de ser y de
pensar y, en la mayoría de los casos solamente con visceralidad y ganas, pero
sin conocimiento sustentable . Cansa tanto cuñadismo, de verdad. Hasta el mio
me cansa.
Todos opinamos sobre
cualquier minuncia y la convertimos en un campo de batalla. Que si los
horarios, que si la desescalada, que si las mascarillas, que si las multas, que
si cacerolada a favor de algo o cacerolada en contra de lo mismo. Que si
aplaudimos a los sanitarios, que si los echamos de los edificios, que si la
economía, que si las ayudas, que si los impuestos, que si los gandules…
ABURRIMIENTO.
Un hedonista como yo
ahora se deja de cálculos y razones y solo piensa en meterse en un avión a la
primera oportunidad para perder de vista un paisaje más que saturado de
cotidianidad y alejarse todo lo posible de una rutina forzosa que solo va a
calmarse cambiando de aires, de territorio, de gentes y de hábitos adquiridos a
desgana.
Quiero oir otros
idiomas, otros debates, comprar en tiendas con productos desconocidos y sobre
todo, dejar atrás la tan previsible y mermada actividad social que nos espera
después de esto. Pero para eso todavía queda mucho. Demasiado. Aún nos quedan
meses en los que la pandemia y sus satélites van a seguir monopolizando
debates, tertulias y conversaciones casuales. Se van a suceder los “
telodijes” al mismo ritmo que los
“quienloibaaimaginar”. Y nos meteremos de cabeza en un bucle que solo de
imaginarlo se me hace insoportable.
Pero habrá que ponerse en clave positiva para no perecer de
inanición emocional y tratar de extraer como sea algún aprendizaje que consuele
tanto tiempo perdido. Y sí, algo he aprendido, y es lo que normalmente se
aprende tras una gran crisis, del tipo que sea. Y es que al final el mayor
sustento vital para cada persona no se halla en las masas, ni en la globalidad
ni en la todopoderosa tecnología unificadora, sino en pequeños círculos
cerrados que constituyen nuestra única forma de sobrevivir: nuestra gente,
nuestros sueños, nuestro mundo más cercano e íntimo, que es lo que a la larga
nos ha hecho la única compañía en todo este despropósito.
Es maravilloso darnos
cuenta de cuantas cosas podemos prescindir. Y de cuantas gentes. Y de cuantos
caprichos para que al final la criba nos lleve justo a lo que no creíamos tan importante, ni tan vital ni tan
imprescindible, pero que ahora se revelan como los pilares fundamentales que
habíamos sustituido por becerros de oro. Que la salud de los tuyos te preocupa
y te conmueve más que cualquier objeto, por preciado que sea.. Que una voz
familiar, la alegría de un encuentro fortuito, la compañía de quien echabas de
más acabe por erigirse en faro de tu vida cuando le habías bajado la
llama seducido por las lentejuelas de la vanidad y la satisfacción fugaz que
proporciona un ego satisfecho a golpe de autocomplacencia.
Y es que ahora no hay deseos de seducir a nada ni a nadie
para reafirmarnos. Solo hay deseos de conservar lo que nos alimenta, cuidarlo,
mimarlo y protegerlo. Y no es otra cosa que el calor de los tuyos, que es lo
que a cada uno nos ha salvado. Al menos a mí.
Estoy en deuda con
quienes me han dicho buenos días y buenas noches durante todos y cada uno de
los días de este infierno. Y no pienso olvidarlo. He aprendido que la lealtad
se gana y se cultiva. Y que solo ella nos salva del frío y oscuro languidecer
del alma.
Gracias, pandemia.
Porque ahora sé a quien necesito, y cuanto.
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