El buen Dios entendió que lo mejor para mi, y sobre todo para el resto del mundo, era que yo no propagara mis genes ni dejara un legado biológico. Sus razones tendría, y no seré yo quien las discuta.
Pero esta circunstancia hace que me pierda ciertas cosas que suceden en mi entorno y de las que, por no tener niños a mi alrededor, me entero tarde y mal. Sin embargo no me había pasado desapercibida esa sensación de que los niños de hoy son, por lo general y consciente de que toda generalización es injusta, una panda de malcriados sobreprotegidos y que los adultos somos una especie de máquinas diseñadas para barrerles hasta el picón más fino de su camino.
Y los principales culpables, los padres. Otra vez generalizando, parece que los padres de hoy tienden a comportarse como si sus hijos fueran un regalo para el mundo, como la electricidad de Edison o la penicilina de Fleming. Parecen olvidar que en la mayoría de mamíferos y primates, las crias reciben el cuidado de sus padres, pero el resto las trata a patadas o cosas mucho peores, pero en nuestros días, todo padre parece estar convencido de que su retoño es literalmente el mesías, aunque sea un totorota nivel Froilán de todos los santos con una necesidad imperiosa de que le impongan disciplina con vara de bambú.
Pero al grano, que me disperso.
Parece ser que en este inagotable viaje del placer que es la vida de un niño contemporáneo se han instalado las "misas infantiles". Al parecer a alguien le debió parecer buena idea que la celebración de la eucaristía debe ser comprendida, asimilada y -échale mojo- DIVERTIDA para que el nene no se aburra. Pobrecito.
La conjunción de padres consentidores y curas modernos ansiosos por retener a una feligresía cada vez menos interesada en los temas del alma debería ser prohibida por ley. Porque visto el resultado, damos otro paso de gigante en la crianza de flojos de espíritu y mimosos sin freno.
Las misas no son para los niños. No están para que las entiendan. No tienen porqué gustarles, y mucho menos asimilarlas. No están para que vayan a divertirse, que para eso la oferta lúdica actual ya desborda todo sentido común. Pero no, encima hay que convertirles la misa en otro recreo con adultos haciendo el idiota en el nombre del señor.
La misa está para que el niño, desde chiquitito, acompañe (forzado) a sus padres si son creyentes, y allí a pié de banco aprenda a guardar silencio. Aprenda respeto. Aprenda que papá y mamá tienen por encima a alguien superior y que ellos mismos le rinden sumisión y veneracion.
La misa no está para convertir a niños de corta edad en teólogos, sino para educar en la fe de sus mayores y sobre todo, para que vayan asimilando que no son ellos el centro del mundo, y que cuando toca, sus constantes mimos, regalitos y sesiones lúdicas se hacen a un lado y hay que aceptarlo sin rechistar.
Una misa tiene que ser aburrida, larga, tediosa. Con un cura viejo que habla a través de una megafonía endemoniada y llena de reverberaciones y ecos que le hacen ininteligible. Tiene que ser el coñazo de los domingos, la penitencia forzosa que sirva de preámbulo a la recompensa posterior en el parque o en el mac donalds.
Tiene que ser la primera incursión en el pecado, la culpa y la mentira cuando ya más mayorcito y le mandan solo a la misa del domingo y se escaquea con los amigos a tirar petardos en el parque. Tiene que aprender a lidiar con la traición, la culpa, el miedo, la confesión, el arrepentimiento...
La misa tiene que ser la necesaria ceremonia cansina y aburrida previa a la primera comunión y que vuelvan a agasajarle con vestidos de princesas, marineritos, móviles y play stations.
La misa tiene que ser el primer motivo para que el adolescente lleno de vitalidad y hambre de mundo, se aparte de la iglesia y comienze a plantearse su agnosticismo, e incluso su ateismo, aunque solo sea por huir de los encorsetados preceptos católicos. Sí, la misa sirve para ahuyentarles cuando empiecen a razonar y la identifiquen con una cortapisa a todos los instintos que les están llegando y a los que no quieren renunciar.
La misa sirve para desarrollar la crítica, el ego y la acción contestataria de juventud. La misa sirve para muchas cosas necesarias y que no vemos.
Convertir la misa en otro patio de juegos es simplemente una temeridad de la que no vemos el alcance, como cuando no sospechamos que el batir de alas de una mariposa provoca un tifón en el otro lado del mundo.
Doctores tiene la iglesia, y bien que sabían que las misas en latín a una población ignorante que no atinaba a comprenderlas, les mantenía en el redil. Hoy parece que los doctores han transmutado en animadores de todo incluido para la chiquillería, pretendiendo que un enano que solo está interesado en sí mismo y en su movil se ponga a reflexionar sobre la vida, la muerte, Dios y la fe en una etapa de su vida en la que eso le trae sin cuidado por más performances que les monten.
La fe es delicada. La fe tiene sus tempos. La fe tiene sus protocolos. Y el primer protocolo es el del tedio. Porque así y solo así, cuando esas mentes maduren, volverán a ella por su propio pie.
Como pasó conmigo.
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