Crecí en el seno de una familia canaria en la que el alcohol, aún estando presente en eventos y ocasiones especiales, nunca fué algo indispensable que hubiera que tener en la despensa. Había un pequeño mueble bar con coñac y otros espirituosos en el salón que sólo se abría cuando habían visitas importantes y el resto del tiempo estaba bajo llave.
A la hora de comer, nunca había vino en la mesa. Y por lo que pude comprobar estando yo de invitado en casa de mis amiguitos, podría concluir que - salvo excepciones- en las familias canarias nunca hubo una gran cultura del vino, como podía haberla en otras zonas del pais.
Generalizando (y toda generalización es injusta y errática), podría decirse que salvo en algunos puntos de Tenerife, centro de Gran Canaria y Lanzarote, la tradición vinícola y su impacto en el consumo masivo y familiar de la sociedad canaria es sencillamente despreciable.
No quiero decir con ello que no hayan grandes bodegueros y buenos caldos en nuestra geografía. Y grandes especialistas y sumilleres muy cualificados, pero son la excepción, y no la norma.
En mis años en la península, choqué frontalmente con otra tradición. Lugares donde el vino era la estrella de toda comida familiar y donde a la gente desde pequeños se les educa en el complejo y sofisticado mundo de la enología.
Creo que hay que vivir un cierto número de años mamando tradición, catas y aprendizaje para que alguien pueda un día empezar a opinar con fundamento. Y yo no estoy en ese clan.
Reconozco abiertamente ser un profundo ignorante, y que mi valoración de cualquier vino se basa en la muy sencilla fórmula de "me gusta o no me gusta", sin más elemento de juicio que la subjetividad de mi maltratado paladar.
Consciente de mis limitaciones, siempre he sido de los que pasa verguenza en un restaurante cuando se te presenta la responsabilidad de elegir un vino de una carta que es un jeroglífico de nombres rimbombantes, añadas, cosechas, uvas y demás. Siempre le cedo el privilegio a otros más ilustrados o simplemente más fantasmones que yo. Pero cuando no me queda otra que elegir, paso verguenza. Y mucha. Sobre todo cuando el camarero viene y con toda la pompa descorcha una botella y me la da a probar. Nunca sé qué cara poner, y siempre tengo la sensación de que se me está notando en la cara que no tengo ni repajolera idea de lo que tengo en la boca, y que el muchachito , que lo sabe, se está descojonando por dentro y que lo único que le limita para llamarme idiota en mi puta cara es la relación camarero-cliente que le impide hacerlo.
Por suerte, un amigo muy "enterao de la cajalagua" pero que sabe de estas cosas, me dió un consejo hace unos años que me salva de esta incómoda situación. Se trata de dejar que el camarero descorche, y antes de servir para la cata, pararle y decir con aire de seguridad "deje, deje, no lo sirva, que respire un poco, ya lo sirvo yo, gracias".
Al parecer con esta sencilla maniobra pasas de absoluto idiota a tontolava precavido. Algo ganamos.
Sin embargo, de unos años a esta parte, parece que todo Dios se ha hecho un curso de sumiller. Incluso amigos bastante cercanos de los que SÉ CON TOTAL SEGURIDAD que tienen la misma formación vinícola que yo, de repente se ponen a pontificar y describir con pelos y señales las virtudes y defectos de una puta uva de la rioja que creció y maduró en un año del que no tiene al alcance ni una maldita efeméride.
De verdad he llegado a sentirme un auténtico bicho raro rodeado de tanto bodeguero sobrevenido. Y oiga, no discuto que alguien haya podido adquirir conocimientos, afición y maestria, pero sospecho que la avalancha de entendidos tiene mucho más que ver con postureo y ganas de dárselas de algo que a la que rascas un poquito el barniz, te das cuenta que no es más que palabrería artificiosa sin más contenido que vanidad y tontería. Los TONTOS DEL VINO, los llamo yo. Y como en el fondo soy buena persona, cuando coincido con ellos a la hora de una cenita de amigos, les cedo el privilegio de escoger el vino y que luzcan esa necesidad de reconocimiento que, pobres almas, les tiene tan enganchados.
Y de los fermentados, pasamos a los destilados, donde la historia es parecida, aunque con matices, porque aquí ya no hay tanto tonto, sino demasiado listillo.
Siendo adolescente, las bebidas fuertes me parecían asquerosamente desagradables. Supongo que no soy el único que tiene la sensación de estar tragando fuego la primera vez que se echa un buche de ron, y que no es precisamente un buen trago. Pero en esta alcohólica cultura nuestra, los destilados son parte esencial de la fiesta y tarde o temprano, quieras o no, acabas soplando copas porque burro cargado busca camino, y si no puedes vencer al enemigo, te unes a él. Al final el alcohol sigue sin gustarme, pero sus efectos me fascinan. Me gusta más una chispa que a un tonto un lápiz, y ese "buenrri", esa deshinibición y las carajeras que se montan cuando la sangre empieza a saturarse de alcoholes es un privilegio en la vida del que sería una estupidez privarse, sobre todo porque para disgustos y varapalos ya venimos servidos.
Yo empecé aliñando mis noches de fiesta con ron, que es lo que se bebe en mi tierra y la única bebida que le veía consumir, muy de cuando en cuando a mi padre. A él le gustaba el ron Arecha y en su defecto el Havana 3 años. Y como mi padre era un sabio, no tuve que indagar más para definir cual sería mi bebida de cabecera. Ese fué todo mi trabajo de campo a la hora de decantarme por mi licor favorito. Muy científico.
Sin embargo, con los años, esos cubatas de ron empezaron a afectar cada vez más a unas resacas espantosas que hacían mañanas insoportables y cefaleas totalmente prescindibles. El caso es que si sales una noche de fiesta y te bebes 5 o 6 cubatas, en el fondo te estás jincando un litro y medio de coca cola con todos sus azúcares, mezclandolo con alcohol. Y de esos polvos, estos lodos. No era buena idea, sin más.
Por eso me pasé al gin tonic. No porque me gustara especialmente la ginebra ni la tónica, pero al menos me ahorraba el azúcar, la chispa era igual, pero las resacas mucho menos terroríficas.
Pero el gin tonic se puso de moda y empezó la bobería.
De repente, todo quisqui era, de nuevo, especialista en ginebras, Pareciera que todo el mundo se crió en el palacio de buckinham alternando cada tarde con la mismísima reina madre. Y empecé a oir más teorías, y lo que es peor, más contundentes verdades tautológicas sobre ginebras que todas las fantasmadas vinícolas de las que hablé anteriormente.
Y empezó la fiesta de los bares con ginebras de nombres impronunciables a 12€ la copa, camareros con esos bastones de espiral sirviendo para que no se rompa la burbuja...aderezos de todos los colores con semillas de plantas exóticas, pepino, dos chup chups de Avecrem y mariconadas que dejarían sin respiración al mismísimo Ferrán Adriá en su laboratorio hasta las cejas de anfetaminas en plena explosión creativa.
Lo siento amigos...yo tampoco tengo paladar, ni conocimientos ni entrenamiento para distinguir una ginebra buena de una mala, y me sorprende que , de repente, haya una legión de licenciados en ginebritis capaces de percibir los matices de una ginebra islandesa que ha pasado por dos procesos de destilación, una pasteurización y un acabado de pétalos de rosa de Jericó. Andatomarporsaco.
Una vez más, un amiguete entendido me saca de dudas: Befeeater con tónica, hielo y un cacho limón, sin más. Ese es el gin tonic perfecto, y esa humilde botella de beefeater es la ginebra más pura y con más reconocimientos internacionales de lo que se vende en nuestros bares de diseño a precios astronómicos. Y es que los LISTOS DEL GIN TONIC, que son los dueños de los bares, encontraron la forma perfecta de sacarle la pasta a toda la legión de enteraos con ínfulas dispuestos a fundirse 12€ en algo que no sabe muy distinto al alcohol de quemar. Y todo por ser cool.
En fin...me voy a tomar un gin tonic con mi amigo Larry, que ese sí que sabe. Y tiene la buena costumbre de invitar :-)
miércoles, 17 de enero de 2018
EL TONTO DEL AUDI
Vivo en una isla que de punta a punta tiene unos 65km separadas por una autopista que te haces en media hora yendo tranquilote.
La red de carreteras interiores, debido a la accidentada orografía, es bastante infernal, pero difícilmente uno se pasa más de hora u hora y cuarto vayas a donde vayas desde el punto que sea.
Y por algún motivo que no comprendo, dadas estas circunstancias, vivo en una isla cuyo parque móvil tiene la mayor cantidad de vehículos de gama alta de todo el territorio nacional.
Hubo una época, con nuestro añorado puerto franco, en que esto tenía un sentido, y es que los coches de alta gama eran mucho más baratos aquí que en el resto del pais. No es que hicieran maldita falta, pero ya que estaban asequibles, pues vacilábamos y tal. Todos los taxis eran mercedes en una época en que en Madrid, capital del reino, eran miserables seats alimentados con gas butano. Y nosotros tan contentos, y tan orgullosos.
Pero el cuento ha cambiado, y de aquellos tiempos de opulencia sin impuestos ya no se acuerda nadie. Vale, no pagamos IVA, sino IGIC, y puede que algunos coches sean más baratos aquí que en península, pero un coche de alta gama sigue costándote por encima de 25000€, y no está la población de este desdichado peñasco para dispendios de semejante calibre. O no debería, pero la realidad supera la ficción, y ves como gente a la que le presumes ingresos más bien ajustados, acaba con el volante de un cochazo entre las manos. No me pregunten cómo, no quiero saberlo. Y tampoco es lo que me invita a reflexionar sobre el tema.
Lo que me tiene hablando solo, es porqué hay tanta gente que necesita un super coche para transitar tan poca carretera.
Viví muchos años en la península, quizás demasiados, y por trabajo tuve que recorrerla por carretera al completo. Y en esas condiciones, en las que tenías que zamparte 300 o 400 km. de un tirón, pues un buen coche tenía su razón de ser: potente, cómodo y fiable. Si vas a darle rueda de verdad, conviene tener una máquina que mejore tu vida lo más posible.
Pero para vivir en este peñasco, cualquier utilitario medio va más que sobrado para satisfacer las necesidades de transporte de cualquiera.
El problema quizás sea que lo que hay que satisfacer es el ego de demasiada gente, que delega en el coche la facultad de calificarse como persona.
Yo estudié en un cole de niños de clase media-alta, cuando esa clase existía. Mis padres se deslomaban trabajando para pagarme la mejor educación posible, y a pesar de su fracaso, hubieron lecciones que aprendí bien. Recuerdo que en una de esas jornadas en la que las familias enteras acudían al colegio para un día de fraternal convivencia, muchos padres iban con flamantes BMW, Mercedes y demás iconos de 4 ruedas de la época. El mio tenía un humilde seat 127 y yo, que de pequeño era aún más imbécil de lo que lo soy ahora, me sentía incómodo por tanto cutrerío familiar que, pensaba yo, me ponía en desventaja frente a una sociedad de niños en una edad en la que el tamaño del motor de tu padre era un símbolo de estatus y de posicionamiento en tu lugar del mundo.
Y no se me ocurrió otra estupidez que afearle a mi padre su pésimo gusto y condición cuando eligió comprar aquella mierda de coche.
Su respuesta fué contundente: "quien presume de coche, es que no tiene nada más de lo que presumir".
No es que yo me quedara conforme con aquella respuesta en aquel momento, dada mi tierna estupidez infantil, pero con el paso de los años, esa sentencia paterna ha adquirido tintes de genialidad que intento aplicar en mi vida día a día.
Por eso hoy, al cruzar una calle, un tonto con un Audi A6 me tocó la bocina para apremiarme a que cruzara más deprisa, y desde su trono de tecnología alemana jamás podrá sospechar el asquito y la pena que me dió su figura cuando él probablemente está más orgulloso que simba, el rey de la selva mostrando a su cachorro ante la plebe.
Cuidado!!!...respeto mucho las aficiones y los gustos de cada cual. Si alguien es aficionado a los coches, y le llena el alma coleccionarlos o darse el gustazo de tener una máquina inmensa solo por el placer de tenerla, pues oiga, yo me quito el sombrero, y que lo disfrute con salud. Yo mismo en su día, como me gustan las motos, cometí la estupidez de comprarme una Harley Davidson que fué un tremendo error, pero que me dió un enorme gustazo durante las primeras 15 vueltas que le di a la isla antes de venderla porque era un maldito incordio.
A los que no aguanto son a los que me vienen vacilando de cochazo, y mucho menos a los que se justifican diciendo que es porque "tengo que bajar al sur todos los días". No amigos. Salvo por un tema de aficiones concretas, o extensión del falo (o los ovarios), a nadie le "hace falta" un cochazo en esta peña exigua, de modo que justificaciones las justas.
Y a los/as que entienden el coche como un símbolo de estatus y de posicionamiento social, mi más sentido pésame, y que sigan leyendo y cultivandose a ver si algún día se les arregla la mollera,
Besos
La red de carreteras interiores, debido a la accidentada orografía, es bastante infernal, pero difícilmente uno se pasa más de hora u hora y cuarto vayas a donde vayas desde el punto que sea.
Y por algún motivo que no comprendo, dadas estas circunstancias, vivo en una isla cuyo parque móvil tiene la mayor cantidad de vehículos de gama alta de todo el territorio nacional.
Hubo una época, con nuestro añorado puerto franco, en que esto tenía un sentido, y es que los coches de alta gama eran mucho más baratos aquí que en el resto del pais. No es que hicieran maldita falta, pero ya que estaban asequibles, pues vacilábamos y tal. Todos los taxis eran mercedes en una época en que en Madrid, capital del reino, eran miserables seats alimentados con gas butano. Y nosotros tan contentos, y tan orgullosos.
Pero el cuento ha cambiado, y de aquellos tiempos de opulencia sin impuestos ya no se acuerda nadie. Vale, no pagamos IVA, sino IGIC, y puede que algunos coches sean más baratos aquí que en península, pero un coche de alta gama sigue costándote por encima de 25000€, y no está la población de este desdichado peñasco para dispendios de semejante calibre. O no debería, pero la realidad supera la ficción, y ves como gente a la que le presumes ingresos más bien ajustados, acaba con el volante de un cochazo entre las manos. No me pregunten cómo, no quiero saberlo. Y tampoco es lo que me invita a reflexionar sobre el tema.
Lo que me tiene hablando solo, es porqué hay tanta gente que necesita un super coche para transitar tan poca carretera.
Viví muchos años en la península, quizás demasiados, y por trabajo tuve que recorrerla por carretera al completo. Y en esas condiciones, en las que tenías que zamparte 300 o 400 km. de un tirón, pues un buen coche tenía su razón de ser: potente, cómodo y fiable. Si vas a darle rueda de verdad, conviene tener una máquina que mejore tu vida lo más posible.
Pero para vivir en este peñasco, cualquier utilitario medio va más que sobrado para satisfacer las necesidades de transporte de cualquiera.
El problema quizás sea que lo que hay que satisfacer es el ego de demasiada gente, que delega en el coche la facultad de calificarse como persona.
Yo estudié en un cole de niños de clase media-alta, cuando esa clase existía. Mis padres se deslomaban trabajando para pagarme la mejor educación posible, y a pesar de su fracaso, hubieron lecciones que aprendí bien. Recuerdo que en una de esas jornadas en la que las familias enteras acudían al colegio para un día de fraternal convivencia, muchos padres iban con flamantes BMW, Mercedes y demás iconos de 4 ruedas de la época. El mio tenía un humilde seat 127 y yo, que de pequeño era aún más imbécil de lo que lo soy ahora, me sentía incómodo por tanto cutrerío familiar que, pensaba yo, me ponía en desventaja frente a una sociedad de niños en una edad en la que el tamaño del motor de tu padre era un símbolo de estatus y de posicionamiento en tu lugar del mundo.
Y no se me ocurrió otra estupidez que afearle a mi padre su pésimo gusto y condición cuando eligió comprar aquella mierda de coche.
Su respuesta fué contundente: "quien presume de coche, es que no tiene nada más de lo que presumir".
No es que yo me quedara conforme con aquella respuesta en aquel momento, dada mi tierna estupidez infantil, pero con el paso de los años, esa sentencia paterna ha adquirido tintes de genialidad que intento aplicar en mi vida día a día.
Por eso hoy, al cruzar una calle, un tonto con un Audi A6 me tocó la bocina para apremiarme a que cruzara más deprisa, y desde su trono de tecnología alemana jamás podrá sospechar el asquito y la pena que me dió su figura cuando él probablemente está más orgulloso que simba, el rey de la selva mostrando a su cachorro ante la plebe.
Cuidado!!!...respeto mucho las aficiones y los gustos de cada cual. Si alguien es aficionado a los coches, y le llena el alma coleccionarlos o darse el gustazo de tener una máquina inmensa solo por el placer de tenerla, pues oiga, yo me quito el sombrero, y que lo disfrute con salud. Yo mismo en su día, como me gustan las motos, cometí la estupidez de comprarme una Harley Davidson que fué un tremendo error, pero que me dió un enorme gustazo durante las primeras 15 vueltas que le di a la isla antes de venderla porque era un maldito incordio.
A los que no aguanto son a los que me vienen vacilando de cochazo, y mucho menos a los que se justifican diciendo que es porque "tengo que bajar al sur todos los días". No amigos. Salvo por un tema de aficiones concretas, o extensión del falo (o los ovarios), a nadie le "hace falta" un cochazo en esta peña exigua, de modo que justificaciones las justas.
Y a los/as que entienden el coche como un símbolo de estatus y de posicionamiento social, mi más sentido pésame, y que sigan leyendo y cultivandose a ver si algún día se les arregla la mollera,
Besos
jueves, 4 de enero de 2018
¿¿¿MISAS INFANTILES???...entre el postureo y la flojera
El buen Dios entendió que lo mejor para mi, y sobre todo para el resto del mundo, era que yo no propagara mis genes ni dejara un legado biológico. Sus razones tendría, y no seré yo quien las discuta.
Pero esta circunstancia hace que me pierda ciertas cosas que suceden en mi entorno y de las que, por no tener niños a mi alrededor, me entero tarde y mal. Sin embargo no me había pasado desapercibida esa sensación de que los niños de hoy son, por lo general y consciente de que toda generalización es injusta, una panda de malcriados sobreprotegidos y que los adultos somos una especie de máquinas diseñadas para barrerles hasta el picón más fino de su camino.
Y los principales culpables, los padres. Otra vez generalizando, parece que los padres de hoy tienden a comportarse como si sus hijos fueran un regalo para el mundo, como la electricidad de Edison o la penicilina de Fleming. Parecen olvidar que en la mayoría de mamíferos y primates, las crias reciben el cuidado de sus padres, pero el resto las trata a patadas o cosas mucho peores, pero en nuestros días, todo padre parece estar convencido de que su retoño es literalmente el mesías, aunque sea un totorota nivel Froilán de todos los santos con una necesidad imperiosa de que le impongan disciplina con vara de bambú.
Pero al grano, que me disperso.
Parece ser que en este inagotable viaje del placer que es la vida de un niño contemporáneo se han instalado las "misas infantiles". Al parecer a alguien le debió parecer buena idea que la celebración de la eucaristía debe ser comprendida, asimilada y -échale mojo- DIVERTIDA para que el nene no se aburra. Pobrecito.
La conjunción de padres consentidores y curas modernos ansiosos por retener a una feligresía cada vez menos interesada en los temas del alma debería ser prohibida por ley. Porque visto el resultado, damos otro paso de gigante en la crianza de flojos de espíritu y mimosos sin freno.
Las misas no son para los niños. No están para que las entiendan. No tienen porqué gustarles, y mucho menos asimilarlas. No están para que vayan a divertirse, que para eso la oferta lúdica actual ya desborda todo sentido común. Pero no, encima hay que convertirles la misa en otro recreo con adultos haciendo el idiota en el nombre del señor.
La misa está para que el niño, desde chiquitito, acompañe (forzado) a sus padres si son creyentes, y allí a pié de banco aprenda a guardar silencio. Aprenda respeto. Aprenda que papá y mamá tienen por encima a alguien superior y que ellos mismos le rinden sumisión y veneracion.
La misa no está para convertir a niños de corta edad en teólogos, sino para educar en la fe de sus mayores y sobre todo, para que vayan asimilando que no son ellos el centro del mundo, y que cuando toca, sus constantes mimos, regalitos y sesiones lúdicas se hacen a un lado y hay que aceptarlo sin rechistar.
Una misa tiene que ser aburrida, larga, tediosa. Con un cura viejo que habla a través de una megafonía endemoniada y llena de reverberaciones y ecos que le hacen ininteligible. Tiene que ser el coñazo de los domingos, la penitencia forzosa que sirva de preámbulo a la recompensa posterior en el parque o en el mac donalds.
Tiene que ser la primera incursión en el pecado, la culpa y la mentira cuando ya más mayorcito y le mandan solo a la misa del domingo y se escaquea con los amigos a tirar petardos en el parque. Tiene que aprender a lidiar con la traición, la culpa, el miedo, la confesión, el arrepentimiento...
La misa tiene que ser la necesaria ceremonia cansina y aburrida previa a la primera comunión y que vuelvan a agasajarle con vestidos de princesas, marineritos, móviles y play stations.
La misa tiene que ser el primer motivo para que el adolescente lleno de vitalidad y hambre de mundo, se aparte de la iglesia y comienze a plantearse su agnosticismo, e incluso su ateismo, aunque solo sea por huir de los encorsetados preceptos católicos. Sí, la misa sirve para ahuyentarles cuando empiecen a razonar y la identifiquen con una cortapisa a todos los instintos que les están llegando y a los que no quieren renunciar.
La misa sirve para desarrollar la crítica, el ego y la acción contestataria de juventud. La misa sirve para muchas cosas necesarias y que no vemos.
Convertir la misa en otro patio de juegos es simplemente una temeridad de la que no vemos el alcance, como cuando no sospechamos que el batir de alas de una mariposa provoca un tifón en el otro lado del mundo.
Doctores tiene la iglesia, y bien que sabían que las misas en latín a una población ignorante que no atinaba a comprenderlas, les mantenía en el redil. Hoy parece que los doctores han transmutado en animadores de todo incluido para la chiquillería, pretendiendo que un enano que solo está interesado en sí mismo y en su movil se ponga a reflexionar sobre la vida, la muerte, Dios y la fe en una etapa de su vida en la que eso le trae sin cuidado por más performances que les monten.
La fe es delicada. La fe tiene sus tempos. La fe tiene sus protocolos. Y el primer protocolo es el del tedio. Porque así y solo así, cuando esas mentes maduren, volverán a ella por su propio pie.
Como pasó conmigo.
Pero esta circunstancia hace que me pierda ciertas cosas que suceden en mi entorno y de las que, por no tener niños a mi alrededor, me entero tarde y mal. Sin embargo no me había pasado desapercibida esa sensación de que los niños de hoy son, por lo general y consciente de que toda generalización es injusta, una panda de malcriados sobreprotegidos y que los adultos somos una especie de máquinas diseñadas para barrerles hasta el picón más fino de su camino.
Y los principales culpables, los padres. Otra vez generalizando, parece que los padres de hoy tienden a comportarse como si sus hijos fueran un regalo para el mundo, como la electricidad de Edison o la penicilina de Fleming. Parecen olvidar que en la mayoría de mamíferos y primates, las crias reciben el cuidado de sus padres, pero el resto las trata a patadas o cosas mucho peores, pero en nuestros días, todo padre parece estar convencido de que su retoño es literalmente el mesías, aunque sea un totorota nivel Froilán de todos los santos con una necesidad imperiosa de que le impongan disciplina con vara de bambú.
Pero al grano, que me disperso.
Parece ser que en este inagotable viaje del placer que es la vida de un niño contemporáneo se han instalado las "misas infantiles". Al parecer a alguien le debió parecer buena idea que la celebración de la eucaristía debe ser comprendida, asimilada y -échale mojo- DIVERTIDA para que el nene no se aburra. Pobrecito.
La conjunción de padres consentidores y curas modernos ansiosos por retener a una feligresía cada vez menos interesada en los temas del alma debería ser prohibida por ley. Porque visto el resultado, damos otro paso de gigante en la crianza de flojos de espíritu y mimosos sin freno.
Las misas no son para los niños. No están para que las entiendan. No tienen porqué gustarles, y mucho menos asimilarlas. No están para que vayan a divertirse, que para eso la oferta lúdica actual ya desborda todo sentido común. Pero no, encima hay que convertirles la misa en otro recreo con adultos haciendo el idiota en el nombre del señor.
La misa está para que el niño, desde chiquitito, acompañe (forzado) a sus padres si son creyentes, y allí a pié de banco aprenda a guardar silencio. Aprenda respeto. Aprenda que papá y mamá tienen por encima a alguien superior y que ellos mismos le rinden sumisión y veneracion.
La misa no está para convertir a niños de corta edad en teólogos, sino para educar en la fe de sus mayores y sobre todo, para que vayan asimilando que no son ellos el centro del mundo, y que cuando toca, sus constantes mimos, regalitos y sesiones lúdicas se hacen a un lado y hay que aceptarlo sin rechistar.
Una misa tiene que ser aburrida, larga, tediosa. Con un cura viejo que habla a través de una megafonía endemoniada y llena de reverberaciones y ecos que le hacen ininteligible. Tiene que ser el coñazo de los domingos, la penitencia forzosa que sirva de preámbulo a la recompensa posterior en el parque o en el mac donalds.
Tiene que ser la primera incursión en el pecado, la culpa y la mentira cuando ya más mayorcito y le mandan solo a la misa del domingo y se escaquea con los amigos a tirar petardos en el parque. Tiene que aprender a lidiar con la traición, la culpa, el miedo, la confesión, el arrepentimiento...
La misa tiene que ser la necesaria ceremonia cansina y aburrida previa a la primera comunión y que vuelvan a agasajarle con vestidos de princesas, marineritos, móviles y play stations.
La misa tiene que ser el primer motivo para que el adolescente lleno de vitalidad y hambre de mundo, se aparte de la iglesia y comienze a plantearse su agnosticismo, e incluso su ateismo, aunque solo sea por huir de los encorsetados preceptos católicos. Sí, la misa sirve para ahuyentarles cuando empiecen a razonar y la identifiquen con una cortapisa a todos los instintos que les están llegando y a los que no quieren renunciar.
La misa sirve para desarrollar la crítica, el ego y la acción contestataria de juventud. La misa sirve para muchas cosas necesarias y que no vemos.
Convertir la misa en otro patio de juegos es simplemente una temeridad de la que no vemos el alcance, como cuando no sospechamos que el batir de alas de una mariposa provoca un tifón en el otro lado del mundo.
Doctores tiene la iglesia, y bien que sabían que las misas en latín a una población ignorante que no atinaba a comprenderlas, les mantenía en el redil. Hoy parece que los doctores han transmutado en animadores de todo incluido para la chiquillería, pretendiendo que un enano que solo está interesado en sí mismo y en su movil se ponga a reflexionar sobre la vida, la muerte, Dios y la fe en una etapa de su vida en la que eso le trae sin cuidado por más performances que les monten.
La fe es delicada. La fe tiene sus tempos. La fe tiene sus protocolos. Y el primer protocolo es el del tedio. Porque así y solo así, cuando esas mentes maduren, volverán a ella por su propio pie.
Como pasó conmigo.
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