Y ya se va esta mierda de año. A Dios gracias.
Pero como todos los años, por malos que sean, siempre traen enseñanzas que a lo mejor uno no quisiera haber recibido, pero ahí quedan.
Esta mierda de año con sus confinamientos, mascarillas, geles hidroalcohólicos, distancias de seguridad, etc, resulta que me deja un poso de sabiduría y lecciones que de otra forma hubieran sido muy difíciles de aprender.
He sabido que quiero a mi madre MUCHO. Mucho más de lo que en otras circunstancias hubiera sabido apreciar. He aprendido a saltarme normas, a buscarme la vida, a responder, a ser responsable, a escaquearme, a disfrutar de parajes solitarios, a manejar mucho mejor el ordenador, a sacarme un certificado digital, a tangar a un policía,...he aprendido tantas cosas...
He aprendido a valorar, discernir, sopesar, elegir. Me he llevado varapalos de todos los colores y de nuevo, he aprendido a salir de ellos con la cabeza alta, gacha y cabizbaja. He tenido tiempo para el orgullo, la humillación, la ira, la calma y todo el crisol de emociones que a cualquier bicho se le presentan cuando las circunstancias le son adversas y favorables. Y de cada una he sacado una o varias lecciones.
He sabido lo que quiero y lo que no, y cuanto estoy dispuestos a arriesgar y/sacrificar para salirme con la mia, y cuantas cosas es mejor dejarlas correr. He sabido con lo que quiero vivir y con lo que no.
He vuelto a reconocer a personas que merecen formar parte de mi vida y otras a las que simplemente es mejor dejar seguir su camino, por más que me gustara que coincidiéramos en la ruta. Me he vuelto más viejo, y más sabio. O al menos eso quiero pensar..
Me he avergonzado de mis más que insufribles defectos, pero también he aprendido a aceptar, y querer una forma de ser que sin ser perfecta es la mia. Y al final haciendo balance, creo que no soy ni mejor ni peor persona que todos los demás, y que solamente me limito a ejercer de Ernesto Suárez, con todas mis virtudes y defectos. Total, no persigo la perfección. Persigo lo que todo el mundo: ser lo menos infeliz posible, y disfrutar y apreciar los instanstes de felicidad que la vida nos regala. Y para eso tienes que gustarte, aunque sea a ratos.
He tenido terribles momentos de angustia, de desesperación, de inconformismo y de rebeldía que siempre buscaban un culpable que no era otro que yo mismo. Y eso cuesta aceptarlo, asumirlo y remediarlo. Al fin y al cabo, todos somos capaces de apartar de nosotros lo que nos causa infelicidad, y si no lo hacemos no es más que por pura cobardía y esa insana (y muy humana) tendencia a culpar a un tercero de nuestras angustias. Pero no. Lo que nos causa daño y dolor siempre está en nuestra mano cambiarlo y mandarlo a la mierda, aunque para ello tengamos que renunciar a zonas de confort que preferiríamos no tocar. Pero no se puede tener todo, o como dice el refrán, no se puede estar en misa y repicando. Y eso también lo he aprendido.
No quiero culpar a nadie de mis desvelos, ni quiero conformarme en una infelicidad perenne. Si tengo que renunciar a un sufrimiento y librarme de un mal, debo pagar el precio. No hay más.
Total, que este annus horribilis, a pesar de todo, ha dejado su impronta y sus enseñanzas. Esperemos que el próximo sea más amable, y que si tiene que enseñarme algo a hostias, que sean suavitas y comedidas.
Seguimos en la brecha.
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