No he sido bendecido con la capacidad de tener una prole. Y reconozco que en un principio eso me resultó un fastidio y una cortada de rollo. Salvo aquellas locuras de juventud en las que no acarrear consecuencias en forma de personitas era un alivio y una bendición, lo cierto es que en la madurez me dió bastante por saco. No en vano soy un primate superior y mi genoma va con una carga que me incita a hacer lo que todo mamífero superior está programado para hacer: nacer, crecer, reproducirse y morir. Y en el reproducirse hubo un parón que me dejó huérfano de intencionalidad.
Fué una putada, lo reconozco. Al fin y al cabo yo era de esos tipos concienciados con la paternidad, y además con ganas de liderar una troupe de enanos a los que "transmitir mis conocimientos". Pero no me tocó. Quizás una instancia superior entendió que el que me gustaran tanto los niños/as era una evidencia de que jamás dejé de ser un chiquillaje, más que un educador, y que probablemente acabaría malcriándolos tanto que acabaran convertidos en una degradación de la especie cuando debería mejorarla. Pero da igual . Los porqués y los porqué noes ya no tienen sentido.
Hoy ya ni siquiera me lo planteo, pero como habitante del planeta que soy, convivo a diario con familias que sacan adelante a sus cachorros y lo cierto es que por lo general lo veo con simpatía. La simpatía que puede tener un tio, o un pariente lejano. Y aunque no me haya tocado vivirlo en primera persona, puedo empatizar bastante bien con el sentimiento de un adulto que tiene que lanzar al mundo a una cria en las mejores condiciones posibles. Me alegra y reconforta ver niños sanos, alegres, inteligentes que se construyen una vida provechosa para regocijo y solaz de sus padres. Me alegra sinceramente ver el orgullo de amigos que se congratulan de los éxitos de sus vástagos y reconozco llegar a apreciarlos y valorarlos casi como a algo propio. Me encanta dar con niños/as , adolescentes a los que se les adivinan maneras y que de alguna forma superan en muchos aspectos a la generación precedente.
Siempre pongo como ejemplo a los hijos de mi adorado amigo Jordi. Un par de chavales simpáticos, afables, dotados de cientos de talentos, dulces, con una ingenuidad infantil que me derrota, pero a la vez con una capacidad que me ilusiona y me anima por ver tremendo potencial en ciernes de convertirlos en algo mucho más grande de lo que hayamos podido ser su propio padre o yo. Sí, me encantan los niños así, porque son promesa de futuro, una alegría y un motivo más que sobrado para levantarse por las mañanas y pelear por lo que haga falta. Y lo cierto es que no paro de ver en otras familias y otros amigos la misma alegría, el mismo ímpetu y la misma dedicación sean cuales fueren las características del cachorro/a en cuestión. Son hijos, y hay que quererlos, con sus virtudes, defectos, potenciales, carencias....con lo que sea.
Pero también es verdad que con el tiempo y la distancia he asumido/aprendido mi condición de observador desde la barrera. No siempre hay niños/as estupendos. También los hay problemáticos, mal encauzados, con trabes, con taras de carácter....y esos también necesitan (mas que nunca), el soporte y la ayuda de un adulto que atine a meterlos en vereda. Y ahí es donde muchas situaciones me crujen, porque hay adultos que son perfectamente incapaces de encarrilar sus vidas, como para exigirles que encarrilen las de una mente y un cuerpo sin formar.
y el resultado es desastroso. Niños/as que se convierten, sin quererlo, en tiranos faltos de toda empatía, responsabilidad, ética o inquietud. Y ¿quien corrige eso cuando ya es tarde?
Padres descuidados que transigen con una descendencia desbocada que ya no pueden controlar y que muy a su pesar se convierten en verdaderos peligros para el entorno social en el que van a bregar a base de comportamientos que no hacen otra cosa que desestabilizar la propia estructura que los sostiene.
Cuando veo eso, me congratulo de mi carencia. Al fin y al cabo, no he tenido que derrotar recursos (económicos sobre todo) que acabaran en gañanes llenos de acné y decepciones imposibles de corregir, y eso siempre es un alivio. Pero cuanto más les culpo a ellos, más me pregunto qué tipo de padre hubiera sido yo y si al final mi circunstancia quizás haya sido lo mejor para la comunidad.
Me apena pensar en una vejez solitaria y desasistida. Como cuidador de una madre que flaquea, sé de sobras de la importancia de alguien que vele sinceramente por tus intereses y bienestar, y que la soledad y el desamparo son los peores aliados de un viejo. Pero tampoco una prole criada eficazmente es garantía de unos cuidados que quizás no puedan ( o no quieran) darte.
Da igual, ya capearé mi temporal personal como mejor pueda, pero a ustedes que tienen a su genoma sobre dos patas pululando por este mundo; cuidenlos, edúquenlos, quiéranlos. Merece la pena por ellos, por ustedes y por NOSOTROS.
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