miércoles, 11 de noviembre de 2020

Eutanasia, eutanasiadores y eutanasiados.

 Tema áspero. Pero tengo que tocarlo.

 De entrada, reconocer mi empatía con las personas que, por los motivos que sea, encuentran en la eutanasia una salida a un profundo padecer que es difícil de explicar, difícil de entender y demasiado farragoso y empedrado como para establecer un acuerdo. No es tan fácil ponerse en plan "ejercicio de abstracción" a elucubrar cual sería tu postura en una situación tan desgarradora y que de pensarla a padecerla hay un mundo de diferencia. Por lo tanto, me abstendré de elucubrar con el "qué haría yo en caso de...". Porque nunca lo sabré hasta que (Dios no lo quiera), lo sufra en mis carnes. Todo lo demás es un brindis al sol y hablar gratuitamente.

 Pero sí que tengo una opinión (como la tiene cualquiera), acerca de la decisión de terceros y cómo eso afecta a su entorno más cercano. Y lo que pienso no me gusta.

 Por mi situación actual, podría definirme como alguien que vela por la vida de otra persona, y que mi deber es preservarla a toda costa. Incluso, por encima de sus deseos, máxime cuando esos deseos pueden estar perturbados por una enfermedad que les merma la capacidad de razonar con la suficiente claridad. Hablando en plata: yo soy el garante de la vida de mi madre y muy a mi pesar, por encima de su opinión. Lo siento. Estoy programado para alargarle la vida, no para cercenarla, por mucho que ella quisiera lo contrario.

 Pero veo demasiada gente que trata con una ligereza pasmosa la vida de sus dependientes y que, muy a mi pesar, lo hacen por un egoismo sin parangón, basando todas sus teorías en lo cómodo o incómodo que les resulta hacerse cargo de una persona dependiente.

 Estoy harto, con todo este rollo de la pandemia, de escuchar testimonios más o menos sentidos de hijos o nietos que se lamentan profundamente de la pérdida de sus mayores en unas condiciones lamentables, sin poder verles en meses y sin poder despedirse adecuadamente. Y eso, que es algo perfectamente comprensible, empieza a sangrarme en cuanto le rascas un poquito el barniz y ves que fulanita se lamenta profundamente de la muerte en soledad de su abuela por el covid cuando en realidad llevaba meses - e incluso años - sin hacerle una visita en la residencia donde la tenía apartada y sin molestar demasiado.

 Los sentimientos de culpa por el deber incumplido son complejos, y en ocasiones escuchas testimonios justificadores que lo único de lo que te dan ganas es de largarle un bofetón a quien los profesa e instarle a que asuma, aunque sea de forma tardía, una responsabilidad eludida.

 Es incómodo y trabajoso atender a un anciano. No todo el mundo tiene la paciencia, la entereza y el aguante que conlleva tremendo desgaste. Ni yo tampoco. Y menos cuando hay taras mentales que hacen que todo sea infinitamente más difícil, porque cuando el tema es sólo físico, podrá ser difícil, pero cuando es mental, se convierte en un infierno.

 Lo que sí sé, es que esas frases tipo "para estar así mejor que Dios se lo lleve" o " no merecía la pena una calidad de vida tan mermada" o " Así deja de sufrir", no son más que lamentables y patéticas justificaciones de quien no alcanza a tener una capacidad de sacrificio demasiado firme o que su comodidad y zona de confort son el paradigma por el que se rige el mundo. Y esto podrá sonar a un "pareciérame", pero lo que si sé es que a día de hoy, yo personalmente nunca he conocido a un anciano que quisiera morirse. Muy al contrario, he tenido la (mala) suerte de ver como todos los que han estado en mi ámbito se aferraban a la vida como un clavo ardiendo, por mala o desalentadora que fuera su situación clínica. Todos ellos querían vivir, y a ninguno le vi un atisbo de "no quiero molestar, mejor morirme ya y descansar". Al revés. Lo que he visto es un apego a la vida, un rechazo a lo inevitable y un (lógico y humano) miedo a fenecer, que lo único que me inspira es cogerles de la mano y llevarlos hasta donde el tiempo y las posibilidades lleven.

 Por eso no entiendo a los eutanasistas de boquilla y teorías de baratillo que me temo que no hagan más que esconder una falta total de empatía y una manifiesta incapacidad de enfrentarse a la incomodidad de cuidar de un enfermo. Sus lágrimas de cocodrilo me ofenden e irritan, lo reconozco.

  Y dicho esto, dada mi condición de alma solitaria y sin descendencia, el día que me quiera morir, si eso ocurriera, ya encontraré la forma de dejarlo todo "atado y bien atado", como decía Paquito.

 Cuiden a sus mayores.

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