jueves, 26 de noviembre de 2020

Salepallí, moromierda.

 Nací en el lado bonito del mundo.

 No tengo más mérito que ese: haber nacido en un lugar considerado occidental, europeo y custodiado por el sacrosanto espíritu de los cruzados, con una religión cristiana, una economía potente y rodeado de la aterciopelada tez blanca de nuestra genética caucásica. Además de eso, tuve doble suerte: nací en el seno de una familia acomodada. Trabajadora, sí, pero sustentada por siglos de una equilibrada mezcla de trabajo, sacrificio y privilegios. Porque privilegio es tener oportunidades aunque no tengas un duro, y si hay algo que realmente le da alas a un ser humano para salir adelante es precisamente eso: la abundancia de oportunidades con las que desarrollar tus talentos o las cartas que te vinieron en la mano que meció tu cuna.

 Yo no me puedo quejar. Tuve por delante un camino que pude moldear en función de mi esfuerzo, pero siempre partiendo de una base de estabilidad en forma de sociedad estructurada, asentada y que de alguna forma representaba un mullido cojín con el que empezar a darme batacazos contra las adversidades.

  Hoy el debate se centra en esas personas que llegan en frágiles barquillas a "invadir" nuestro territorio, nuestra forma de vida e incluso la de nuestros hijos. Y aquí empieza el debate.

 Hoy los medios nos bombardean con las noticias de los recién llegados y todo el mundo, redes sociales mediante, empieza a dar su particular visión del problema y lo que es peor, de sus soluciones. Y ahí te das cuenta de cuantas cabezas desbaratadas rodean tu insignificante existencia.

 He estado leyendo y escuchando directamente cientos de diagnósticos sobre lo que está ocurriendo, y cuantos más oigo más me doy cuenta de que vivo rodeado de una caterva de ególatras incapaces no sólo de ponderar con buen juicio, sino arrastrados por un torrente de ignorancia, egocentrismo y bestialidad de alma, de olvidar neciamente que su condición privilegiada es algo en lo que ellos no tuvieron nada que ver, y que reconocen como derecho inalienable algo que sólo fué una lotería y un capricho del destino: naciste aquí y gozas de lo que gozas por pura chiripa, no porque hayas sido llamado a instancias superiores por una especie de orden cósmico natural. Si eres blanco y europeo, con todo lo que conlleva, no es gracias a tu esfuerzo, trabajo y merecimiento, sino porque así lo quiso el destino y no tienes ningún motivo razonable para creerte por encima de cualquier otro ser humano, aunque así te lo indique tu lamentable falta de humildad.

 En el otro extremo del arco de mezquindad humana, veo al "buenista". Ese tipo que sin saberlo está abducido por un halo de superioridad moral (pero muy amable) y que predica , como si fuera budista, que no hay que pisar a las hormigas porque tienen alma y en consecuencia, todo lo que sea ayudar a otro ser humano, sin matices, es bueno y necesario por definición. 

 Pues no, no estoy en un lado ni en el contrario. Y en función de mis pocas entendederas, trato de posicionarme con todas mis carencias intelectuales en una cómoda y poco comprometida situación intermedia.

  Lamento profundamente la llegada masiva a nuestras costas de toda esa gente que lo hace por muchos y variados motivos. El buenista dirá que todos llegan huyendo de calamitosas condiciones, guerras, persecuciones y son merecedores de toda atención, ayuda y lástima. El fachitobobo dirá que son hordas de ladrones, asesinos, delincuentes, y que toda ayuda que se les preste es un síntoma de debilidad occidental y de estupidez de ingenuos atontados por walt disney.

 Hay quien aboga por recibirlos con mantas, alimentos, ayuda, móviles, estancias en hoteles y comodidades, y quien preferiría instalar una ametralladora de calibre pesado en todos los búnqueres que aún quedan en la isla y dedicarle una ráfaga disuasoria a cada barquilla que se acerque demasiado. Los más bestias optan porque de disuasoria nada: que se apunte a las cabezas.

Y vuelvo a lo mismo. Posicionarme en un término medio que oculte un poco mi verdadera ignorancia sobre como se manejan estas cosas y que, la verdad, nadie conoce a fondo aunque se pongan a pontificar, desde un extremo y el otro, con sus teorías de mercadillo . Porque es verdad, la legislación vigente sobre inmigración es una profunda desconocida para la mayoría de opinadores que no paran de decir estupideces que fluyen desde su propia ignorancia de la letra de la ley. De verdad, yo no sé a ciencia cierta cuáles son ni como funcionan los protocolos europeos para tratar el problema, lo único que sé es que los hay. Que si no sé cuantas horas de retención, que si centros de inmigrantes, que si tratados de derechos humanos, que si tratados de extradición, etc etc etc. Si dominara la materia y supiera exactamente el terreno legal que piso, quizás podría sacar conclusiones y , entonces sí, elucubrar con supuestas soluciones, pero lo cierto es que sin dominar la materia solo atino a elucubrar con lo que me dice el sentido común y atreverme a opinar tapando el sol con un dedo y dejándome llevar por mi primermundista y mullida cuna de hombre blanco occidental. Lo malo es que el 90% de la gente hace lo mismo, y ahí te encuentras desde los mejor hasta lo peor de cada casa.

 Así que me centro en mi sesgada e incompleta visión de las cosas y sentencio lo siguiente:

 No me gusta ver llegar gente de esta forma. Y no me gusta porque entre otras cosas , no puedo categorizarlos a todos y por ende, no puedo emitir sentencias universales que en unos casos aciertan, y en otros son reveladoras injusticias. No sé cual es la mayoría de personas que conforman esas masas de emigrantes. No sé si todos vienen huyendo de guerras, hambrunas y condiciones miserables, ni cuantos buscan simplemente oportunidades que les lleven a tener dos coches, una casa y tele en todas las habitaciones. No sé cuantos vienen por una (licita) ambición de prosperar, ni cuantos lo hacen huyendo de una muerte segura. No sé cuantos vienen a trabajar honradamente, ni cuantos vienen a delinquir porque ya lo hacían en su tierra y van a seguir haciéndolo aquí. No se NADA. yen función de mi desconocimiento, y en la necesidad de posicionarme, sólo acierto a concluir que:

 Me da pena quien tiene que tomar la decisión de meterse en una cáscara de nuez para llegar arriesgando la vida a un destino incierto. Más pena me da quien lo hace poniendo en su regazo a una criatura de meses. Me rechina que para mis vecinos la máxima preocupación sea irse a la graciosa de vacaciones y no saber si darle al niño una biodramina para el mareo en un flamante catamarán de Olsen, frente a quien sienta a su hijo en una patera bajo riesgo de muerte y para quien un mareo es pecata munuta que se afronta sin mayor enjundia ante la posibilidad más que razonable de un ahogamiento trágico e inevitable

 Me apenan esos "compatriotas " mios que se sienten amenazados por la llegada de inmigrantes. Sienten amenazado su status quo, sus derechos de nacimiento, sus haciendas y sus privilegios frente a hordas de desgraciados a quienes se apresuran a tildar de delincuentes para justificar su miedo, su mezquindad y su soberbia de "ciudadano de primera.

 Me desquicia el buenista que ve a todos los inmigrantes como buenas personas de alma que merecen un apoyo incondicional a pesar de que se hayan saltado leyes internacionales sobre el traspaso de fronteras quizás con la intención de llegar y depredar sin miramientos o pasando a machete a quien se le oponga, como hacen en su tribu, y me desquicia que un guardia civil se dedique a pegar tiros de balas de goma a unos desgraciados que llegaban a nado tratando de alcanzar la costa tras el naufragio de su destartalada patera. Hay que tener el alma muy negra y llena de odio para hacerle eso a un ser humano.

 Me desquicia el Cayetano que ve a la inmigración pobre como una amenaza contra sus inmerecidos privilegios que sólo les vinieron por cuna, y me desquicia el espíritu zen que entiende que hay que tratar con algodones a todo el que cruza la puerta de tu casa sin el preceptivo permiso por tu parte. Y en fin, me dejo llevar, como todos, por mi ignorancia y acabo aplicando mi privilegiado punto de vista creyéndome que lo que opino es lo más justo, ponderado y equilibrado del mundo mundial.

 Y al final sólo sé que quiero o desprecio a la gente, con igual intensidad sin mirar color de piel o procedencia. Sólo por mi enferma manera de entender las cosas. Y aún así, me creo buena persona.

 No cojan nervios.

martes, 24 de noviembre de 2020

Hijos.....

 No he sido bendecido con la capacidad de tener una prole. Y reconozco que en un principio eso me resultó un fastidio y una cortada de rollo. Salvo aquellas locuras de juventud en las que no acarrear consecuencias en forma de personitas era un alivio y una bendición, lo cierto es que en la madurez me dió  bastante por saco. No en vano soy un primate superior y mi genoma va con una carga que me incita a hacer lo que todo mamífero superior está programado para hacer: nacer, crecer, reproducirse y morir. Y en el reproducirse hubo un parón que me dejó huérfano de intencionalidad.

 Fué una putada, lo reconozco. Al fin y al cabo yo era de esos tipos concienciados con la paternidad, y además con ganas de liderar una troupe de enanos a los que "transmitir mis conocimientos". Pero no me tocó. Quizás una instancia superior entendió que el que me gustaran tanto los niños/as era una evidencia de que jamás dejé de ser un chiquillaje, más que un educador, y que probablemente acabaría malcriándolos tanto que acabaran convertidos en una degradación de la especie cuando debería mejorarla. Pero da igual . Los porqués y los porqué noes ya no tienen sentido.

 Hoy ya ni siquiera me lo planteo, pero como habitante del planeta que soy, convivo a diario con familias que sacan adelante a sus cachorros y lo cierto es que por lo general lo veo con simpatía. La simpatía que puede tener un tio, o un pariente lejano. Y aunque no me haya tocado vivirlo en primera persona, puedo empatizar bastante bien con el sentimiento de un adulto que tiene que lanzar al mundo a una cria en las mejores condiciones posibles. Me alegra y reconforta ver niños sanos, alegres, inteligentes que se construyen una vida provechosa para regocijo y solaz de sus padres. Me alegra sinceramente ver el orgullo de amigos que se congratulan de los éxitos de sus vástagos y reconozco llegar a apreciarlos y valorarlos casi como a algo propio. Me encanta dar con niños/as , adolescentes a los que se les adivinan maneras y que de alguna forma superan en muchos aspectos a la generación precedente.

 Siempre pongo como ejemplo a los hijos de mi adorado amigo Jordi. Un par de chavales simpáticos, afables, dotados de cientos de talentos, dulces, con una ingenuidad infantil que me derrota, pero a la vez con una capacidad que me ilusiona y me anima por ver tremendo potencial en ciernes de convertirlos en algo mucho más grande de lo que hayamos podido ser su propio padre o yo. Sí, me encantan los niños así, porque son promesa de futuro, una alegría y un motivo más que sobrado para levantarse por las mañanas y pelear por lo que haga falta. Y lo cierto es que no paro de ver en otras familias y otros amigos la misma alegría, el mismo ímpetu y la misma dedicación sean cuales fueren las características del cachorro/a en cuestión. Son hijos, y hay que quererlos, con sus virtudes, defectos, potenciales, carencias....con lo que sea.

 Pero también es verdad que con el tiempo y la distancia he asumido/aprendido mi condición de observador desde la barrera. No siempre hay niños/as estupendos. También los hay problemáticos, mal encauzados, con trabes, con taras de carácter....y esos también necesitan (mas que nunca), el soporte y la ayuda de un adulto que atine a meterlos en vereda. Y ahí es donde muchas situaciones me crujen, porque hay adultos que son perfectamente incapaces de encarrilar sus vidas, como para exigirles que encarrilen las de una mente y un cuerpo sin formar.

 y el resultado es desastroso. Niños/as que se convierten, sin quererlo, en tiranos faltos de toda empatía, responsabilidad, ética o inquietud. Y ¿quien corrige eso cuando ya es tarde?

 Padres descuidados que transigen con una descendencia desbocada que ya no pueden controlar y que  muy a su pesar se convierten en verdaderos peligros para el entorno social en el que van a bregar a base de comportamientos que no hacen otra cosa que desestabilizar la propia estructura que los sostiene.

 Cuando veo eso, me congratulo de mi carencia. Al fin y al cabo, no he tenido que derrotar recursos (económicos sobre todo) que acabaran en gañanes llenos de acné y decepciones imposibles de corregir, y eso siempre es un alivio. Pero cuanto más les culpo a ellos, más me pregunto qué tipo de padre hubiera sido yo y si al final mi circunstancia quizás haya sido lo mejor para la comunidad.

 Me apena pensar en una vejez solitaria y desasistida. Como cuidador de una madre que flaquea, sé de sobras de la importancia de alguien que vele sinceramente por tus intereses y bienestar, y que la soledad y el desamparo son los peores aliados de un viejo. Pero tampoco una prole criada eficazmente es garantía de unos cuidados que quizás no puedan ( o no quieran) darte.

 Da igual, ya capearé mi temporal personal como mejor pueda, pero a ustedes que tienen a su genoma sobre dos patas pululando por este mundo; cuidenlos, edúquenlos, quiéranlos. Merece la pena por ellos, por ustedes y por NOSOTROS.

miércoles, 11 de noviembre de 2020

Eutanasia, eutanasiadores y eutanasiados.

 Tema áspero. Pero tengo que tocarlo.

 De entrada, reconocer mi empatía con las personas que, por los motivos que sea, encuentran en la eutanasia una salida a un profundo padecer que es difícil de explicar, difícil de entender y demasiado farragoso y empedrado como para establecer un acuerdo. No es tan fácil ponerse en plan "ejercicio de abstracción" a elucubrar cual sería tu postura en una situación tan desgarradora y que de pensarla a padecerla hay un mundo de diferencia. Por lo tanto, me abstendré de elucubrar con el "qué haría yo en caso de...". Porque nunca lo sabré hasta que (Dios no lo quiera), lo sufra en mis carnes. Todo lo demás es un brindis al sol y hablar gratuitamente.

 Pero sí que tengo una opinión (como la tiene cualquiera), acerca de la decisión de terceros y cómo eso afecta a su entorno más cercano. Y lo que pienso no me gusta.

 Por mi situación actual, podría definirme como alguien que vela por la vida de otra persona, y que mi deber es preservarla a toda costa. Incluso, por encima de sus deseos, máxime cuando esos deseos pueden estar perturbados por una enfermedad que les merma la capacidad de razonar con la suficiente claridad. Hablando en plata: yo soy el garante de la vida de mi madre y muy a mi pesar, por encima de su opinión. Lo siento. Estoy programado para alargarle la vida, no para cercenarla, por mucho que ella quisiera lo contrario.

 Pero veo demasiada gente que trata con una ligereza pasmosa la vida de sus dependientes y que, muy a mi pesar, lo hacen por un egoismo sin parangón, basando todas sus teorías en lo cómodo o incómodo que les resulta hacerse cargo de una persona dependiente.

 Estoy harto, con todo este rollo de la pandemia, de escuchar testimonios más o menos sentidos de hijos o nietos que se lamentan profundamente de la pérdida de sus mayores en unas condiciones lamentables, sin poder verles en meses y sin poder despedirse adecuadamente. Y eso, que es algo perfectamente comprensible, empieza a sangrarme en cuanto le rascas un poquito el barniz y ves que fulanita se lamenta profundamente de la muerte en soledad de su abuela por el covid cuando en realidad llevaba meses - e incluso años - sin hacerle una visita en la residencia donde la tenía apartada y sin molestar demasiado.

 Los sentimientos de culpa por el deber incumplido son complejos, y en ocasiones escuchas testimonios justificadores que lo único de lo que te dan ganas es de largarle un bofetón a quien los profesa e instarle a que asuma, aunque sea de forma tardía, una responsabilidad eludida.

 Es incómodo y trabajoso atender a un anciano. No todo el mundo tiene la paciencia, la entereza y el aguante que conlleva tremendo desgaste. Ni yo tampoco. Y menos cuando hay taras mentales que hacen que todo sea infinitamente más difícil, porque cuando el tema es sólo físico, podrá ser difícil, pero cuando es mental, se convierte en un infierno.

 Lo que sí sé, es que esas frases tipo "para estar así mejor que Dios se lo lleve" o " no merecía la pena una calidad de vida tan mermada" o " Así deja de sufrir", no son más que lamentables y patéticas justificaciones de quien no alcanza a tener una capacidad de sacrificio demasiado firme o que su comodidad y zona de confort son el paradigma por el que se rige el mundo. Y esto podrá sonar a un "pareciérame", pero lo que si sé es que a día de hoy, yo personalmente nunca he conocido a un anciano que quisiera morirse. Muy al contrario, he tenido la (mala) suerte de ver como todos los que han estado en mi ámbito se aferraban a la vida como un clavo ardiendo, por mala o desalentadora que fuera su situación clínica. Todos ellos querían vivir, y a ninguno le vi un atisbo de "no quiero molestar, mejor morirme ya y descansar". Al revés. Lo que he visto es un apego a la vida, un rechazo a lo inevitable y un (lógico y humano) miedo a fenecer, que lo único que me inspira es cogerles de la mano y llevarlos hasta donde el tiempo y las posibilidades lleven.

 Por eso no entiendo a los eutanasistas de boquilla y teorías de baratillo que me temo que no hagan más que esconder una falta total de empatía y una manifiesta incapacidad de enfrentarse a la incomodidad de cuidar de un enfermo. Sus lágrimas de cocodrilo me ofenden e irritan, lo reconozco.

  Y dicho esto, dada mi condición de alma solitaria y sin descendencia, el día que me quiera morir, si eso ocurriera, ya encontraré la forma de dejarlo todo "atado y bien atado", como decía Paquito.

 Cuiden a sus mayores.