Nací en el lado bonito del mundo.
No tengo más mérito que ese: haber nacido en un lugar considerado occidental, europeo y custodiado por el sacrosanto espíritu de los cruzados, con una religión cristiana, una economía potente y rodeado de la aterciopelada tez blanca de nuestra genética caucásica. Además de eso, tuve doble suerte: nací en el seno de una familia acomodada. Trabajadora, sí, pero sustentada por siglos de una equilibrada mezcla de trabajo, sacrificio y privilegios. Porque privilegio es tener oportunidades aunque no tengas un duro, y si hay algo que realmente le da alas a un ser humano para salir adelante es precisamente eso: la abundancia de oportunidades con las que desarrollar tus talentos o las cartas que te vinieron en la mano que meció tu cuna.
Yo no me puedo quejar. Tuve por delante un camino que pude moldear en función de mi esfuerzo, pero siempre partiendo de una base de estabilidad en forma de sociedad estructurada, asentada y que de alguna forma representaba un mullido cojín con el que empezar a darme batacazos contra las adversidades.
Hoy el debate se centra en esas personas que llegan en frágiles barquillas a "invadir" nuestro territorio, nuestra forma de vida e incluso la de nuestros hijos. Y aquí empieza el debate.
Hoy los medios nos bombardean con las noticias de los recién llegados y todo el mundo, redes sociales mediante, empieza a dar su particular visión del problema y lo que es peor, de sus soluciones. Y ahí te das cuenta de cuantas cabezas desbaratadas rodean tu insignificante existencia.
He estado leyendo y escuchando directamente cientos de diagnósticos sobre lo que está ocurriendo, y cuantos más oigo más me doy cuenta de que vivo rodeado de una caterva de ególatras incapaces no sólo de ponderar con buen juicio, sino arrastrados por un torrente de ignorancia, egocentrismo y bestialidad de alma, de olvidar neciamente que su condición privilegiada es algo en lo que ellos no tuvieron nada que ver, y que reconocen como derecho inalienable algo que sólo fué una lotería y un capricho del destino: naciste aquí y gozas de lo que gozas por pura chiripa, no porque hayas sido llamado a instancias superiores por una especie de orden cósmico natural. Si eres blanco y europeo, con todo lo que conlleva, no es gracias a tu esfuerzo, trabajo y merecimiento, sino porque así lo quiso el destino y no tienes ningún motivo razonable para creerte por encima de cualquier otro ser humano, aunque así te lo indique tu lamentable falta de humildad.
En el otro extremo del arco de mezquindad humana, veo al "buenista". Ese tipo que sin saberlo está abducido por un halo de superioridad moral (pero muy amable) y que predica , como si fuera budista, que no hay que pisar a las hormigas porque tienen alma y en consecuencia, todo lo que sea ayudar a otro ser humano, sin matices, es bueno y necesario por definición.
Pues no, no estoy en un lado ni en el contrario. Y en función de mis pocas entendederas, trato de posicionarme con todas mis carencias intelectuales en una cómoda y poco comprometida situación intermedia.
Lamento profundamente la llegada masiva a nuestras costas de toda esa gente que lo hace por muchos y variados motivos. El buenista dirá que todos llegan huyendo de calamitosas condiciones, guerras, persecuciones y son merecedores de toda atención, ayuda y lástima. El fachitobobo dirá que son hordas de ladrones, asesinos, delincuentes, y que toda ayuda que se les preste es un síntoma de debilidad occidental y de estupidez de ingenuos atontados por walt disney.
Hay quien aboga por recibirlos con mantas, alimentos, ayuda, móviles, estancias en hoteles y comodidades, y quien preferiría instalar una ametralladora de calibre pesado en todos los búnqueres que aún quedan en la isla y dedicarle una ráfaga disuasoria a cada barquilla que se acerque demasiado. Los más bestias optan porque de disuasoria nada: que se apunte a las cabezas.
Y vuelvo a lo mismo. Posicionarme en un término medio que oculte un poco mi verdadera ignorancia sobre como se manejan estas cosas y que, la verdad, nadie conoce a fondo aunque se pongan a pontificar, desde un extremo y el otro, con sus teorías de mercadillo . Porque es verdad, la legislación vigente sobre inmigración es una profunda desconocida para la mayoría de opinadores que no paran de decir estupideces que fluyen desde su propia ignorancia de la letra de la ley. De verdad, yo no sé a ciencia cierta cuáles son ni como funcionan los protocolos europeos para tratar el problema, lo único que sé es que los hay. Que si no sé cuantas horas de retención, que si centros de inmigrantes, que si tratados de derechos humanos, que si tratados de extradición, etc etc etc. Si dominara la materia y supiera exactamente el terreno legal que piso, quizás podría sacar conclusiones y , entonces sí, elucubrar con supuestas soluciones, pero lo cierto es que sin dominar la materia solo atino a elucubrar con lo que me dice el sentido común y atreverme a opinar tapando el sol con un dedo y dejándome llevar por mi primermundista y mullida cuna de hombre blanco occidental. Lo malo es que el 90% de la gente hace lo mismo, y ahí te encuentras desde los mejor hasta lo peor de cada casa.
Así que me centro en mi sesgada e incompleta visión de las cosas y sentencio lo siguiente:
No me gusta ver llegar gente de esta forma. Y no me gusta porque entre otras cosas , no puedo categorizarlos a todos y por ende, no puedo emitir sentencias universales que en unos casos aciertan, y en otros son reveladoras injusticias. No sé cual es la mayoría de personas que conforman esas masas de emigrantes. No sé si todos vienen huyendo de guerras, hambrunas y condiciones miserables, ni cuantos buscan simplemente oportunidades que les lleven a tener dos coches, una casa y tele en todas las habitaciones. No sé cuantos vienen por una (licita) ambición de prosperar, ni cuantos lo hacen huyendo de una muerte segura. No sé cuantos vienen a trabajar honradamente, ni cuantos vienen a delinquir porque ya lo hacían en su tierra y van a seguir haciéndolo aquí. No se NADA. yen función de mi desconocimiento, y en la necesidad de posicionarme, sólo acierto a concluir que:
Me da pena quien tiene que tomar la decisión de meterse en una cáscara de nuez para llegar arriesgando la vida a un destino incierto. Más pena me da quien lo hace poniendo en su regazo a una criatura de meses. Me rechina que para mis vecinos la máxima preocupación sea irse a la graciosa de vacaciones y no saber si darle al niño una biodramina para el mareo en un flamante catamarán de Olsen, frente a quien sienta a su hijo en una patera bajo riesgo de muerte y para quien un mareo es pecata munuta que se afronta sin mayor enjundia ante la posibilidad más que razonable de un ahogamiento trágico e inevitable
Me apenan esos "compatriotas " mios que se sienten amenazados por la llegada de inmigrantes. Sienten amenazado su status quo, sus derechos de nacimiento, sus haciendas y sus privilegios frente a hordas de desgraciados a quienes se apresuran a tildar de delincuentes para justificar su miedo, su mezquindad y su soberbia de "ciudadano de primera.
Me desquicia el buenista que ve a todos los inmigrantes como buenas personas de alma que merecen un apoyo incondicional a pesar de que se hayan saltado leyes internacionales sobre el traspaso de fronteras quizás con la intención de llegar y depredar sin miramientos o pasando a machete a quien se le oponga, como hacen en su tribu, y me desquicia que un guardia civil se dedique a pegar tiros de balas de goma a unos desgraciados que llegaban a nado tratando de alcanzar la costa tras el naufragio de su destartalada patera. Hay que tener el alma muy negra y llena de odio para hacerle eso a un ser humano.
Me desquicia el Cayetano que ve a la inmigración pobre como una amenaza contra sus inmerecidos privilegios que sólo les vinieron por cuna, y me desquicia el espíritu zen que entiende que hay que tratar con algodones a todo el que cruza la puerta de tu casa sin el preceptivo permiso por tu parte. Y en fin, me dejo llevar, como todos, por mi ignorancia y acabo aplicando mi privilegiado punto de vista creyéndome que lo que opino es lo más justo, ponderado y equilibrado del mundo mundial.
Y al final sólo sé que quiero o desprecio a la gente, con igual intensidad sin mirar color de piel o procedencia. Sólo por mi enferma manera de entender las cosas. Y aún así, me creo buena persona.
No cojan nervios.