Vaya por delante el respeto hacia todas las personas que
deciden “adornar” su cuerpo de la forma que mejor consideren. Cada uno es libre
de tener y sus ejercer sus gustos, sus
manías o su ignorancia como mejor le parezca mientras mantenga la debida
cortesía hacia los demás. Jamás saldrá de mi boca un “quítate eso” o un “no te
lo hagas”, porque respeto la libertad ajena tanto como respeto la mía. Y una de
las cosas que más me gusta de mi libertad es poder defender mi opinión, explicarla , tratar de
que se entienda, del mismo modo que intento escuchar y entender opiniones
ajenas.
Y a mi todas esas
modas no me gustan. Aunque será mejor matizar:
Hay tatuajes que son auténticas
obras de arte y tatuadores que son unos genios y unos artistas, sin duda. Y
también hay mucha morralla. Y también un mediocre término medio. Pero en
cualquiera de los tres casos, mi parecer es que tanto el artista como el
grafitero equivocaron el lienzo. Un lienzo que lo proporciona un tercero sin
más intención que la de destacarse y hacer de su cuerpo la plataforma para el
lucimiento o la chapuza de otro.
Pertenezco a una
cultura en la que la expresión artística más potente que ha dado la humanidad,
desde la grecoromana a la renacentista, se plasmó en telas, frescos,
arquitectura, escultura… Los cuerpos humanos nunca fueron un soporte adecuado
para nuestros ancestros culturales. Muy al contrario, el tatuaje se ha usado
siempre para “marcar” a un tercero de la misma forma que se marca al ganado, ya
fuera marcando esclavos, convictos o prostitutas. El tatuaje siempre fue un
estigma de por vida y quien lo “lucía”, era muy a su pesar y tratando de
ocultarlo el resto de su vida si es que tuviera la suerte de que sus
condiciones y circunstancias fueran a mejor. El tatuado era un ser menor. Un ex
convicto, un galeote, una ramera. Y el tatuaje era la prueba de ello.
No voy a entrar en
otras culturas donde podía significar todo lo contrario: símbolo de status,
valor, prevalencia, prestigio, porque no son la cultura de la que provengo. Lo
cierto es que lo que una cultura denosta y otra ensalza es tan subjetivo como
la cultura en sí, y un tatuaje no es más que una pintada en la piel que en unos
lugares del planeta significa una cosa y en otras, la contraria. Y ahí está el
fondo de la cuestión: hoy día, los europeos de tradición judeocristiana donde
el tatuaje ha sido siempre el equivalente de la ignominia, ahora se dedica a
lucir símbolos y tradiciones de culturas que les son tan ajenas como la de
determinadas tribus africanas o las remotas creencias de islas de nuestras
antípodas.
Me causa cierta
crispación ver en la playa de las canteras una cantidad enorme de jóvenes (y no
tan jóvenes), luciendo en sus cuerpos tatuajes tribales Maorís, provenientes de
un lugar de nuestras antípodas que ni siquiera sabrían situar en un mapa, y
mucho menos entender su significado. Si al menos se tatuaran pintaderas
guanches tendría algún sentido, pero ni eso. Si lo que mola es parecer un
jugador de rugby de los”All Black” y saber hacer una Haka, pues que le den por
culo a los guanches y a Artemi Semidán
Y trato de buscarle
una explicación, pero no la encuentro. No al menos una que me convenza, por lo
que tiendo a pensar que toda esta explosión pseudoartística solo obedece a unas
modas ridículas venidas arriba por una globalización que descontextualiza desde
los cerebros hasta el comportamiento más nimio.
Tampoco parece ser un
fenómeno juvenil donde la inmadurez sea el principal detonante. Ya sabemos que
la juventud no tiene demasiada tendencia a mirar a largo plazo y puede que lo
de marcarse de por vida les parezca una buena idea. Pero basta ir a cualquier
playa para comprobar que esto no tiene nada que ver con la edad y que personas
con casi medio siglo de vida, o más, lucen en sus pieles nuevos dibujitos y
tonterías que pretenden tener mucho sentido y en ocasiones justificándolo con
misticismos propios de aldea precolombina. Al final, muy a mi pesar, me inclino
a pensar que la ignorancia global es la que nutre este fervor tatuador en
occidente.
Aventuro que en unos
pocos lustros, nuestras ciudades primermundistas estarán llenas de locales que
tendrán un gran nicho de negocio borrando con técnicas quirúrgicas punteras los desmanes en las pieles de varias
generaciones de europeos apolillados por la tontería de juventud, la MTV y los
astros del balón.
Y es que hay que
entenderlos. Si tienes menos de 20 años y te forras de tatuajes, no cabrá duda
de cómo influencian en tí los cantantes, los futbolistas y los actores/actrices
que unos encorbatados ejecutivos de grandes multinacionales llevaron a la fama
para ganar dinero fabricando muñequitos animados a los que iban a imitar sin
tapujos los clientes de sus productos pretendiendo alcanzar por imitación, que no por talento, un
centésima parte de su merecida (o no) victoria.
¡Cuanto daño ha hecho
Angelina Jolie con sus tatuajes Sak Yant que adolescentes de medio mundo ha
imitado por verla en películas y revistas del corazón sin saber que son unos
tatuajes sagrados de una cultura asiática con un propósito y una intención que
nada tienen que ver con la vanidad y la frivolidad con la que los imitadores
emulan a sus ídolos.! Y Messi, cuyo gran talento radica en jugar a la pelota,
le muestra a hordas de muchachitos que forrarse los brazos y las piernas con
dibujos más o menos acertados parece que te pueda convertir en un
multimillonario astro del fútbol. Y luego están los “místicos”, los “especiales”,
los que se sienten únicos y buscan para tatuarse motivos enrevesados que les
identifiquen como personas pseudointelectuales, profundas complejas y únicas, pero que curiosamente solo
aciertan a manifestarlo siguiendo una moda de masas sin criterio claro.
Y no hablemos de
payasetes inmaduros que se tatuan al pato donald en un momento de borrachera o
de juerga tipo “resacon en las vegas”. Esos mejor ni tocarlos.
Quizás el único freno
para tanta tontería es que al menos las leyes no permiten a los menores
practicarse estas laceraciones con un pretexto sanitario, y que recaiga en los
padres la responsabilidad de quitarle a un menor de la cabeza la ideas de
exponerse a infecciones y demás cuadros clínicos indeseados (no olvidemos que
tatoos y piercings entran de lleno en el terreno de la salud). Lo malo es que
hay tantos padres consentidores, incultos y limitados, que he visto como a una
niña como regalo de comunión le permitian tatuarse a una “minnie sexy” en la
rabadilla. Tal como suena.
Y lo de los piercings
puede parecer un mal menor. Salvo esas ridículas arandelas que dejan los
lóbulos de las orejas abiertos como si fueras un guerrero mandinga hasta el fin
de tus días, porque eso no habrá Dios que lo cierre. Pero normalmente el que se
aburre de un piercing dejará que su cuerpo, mucho más sabio que él, acabe con
el tiempo por cerrar el agujero y no dejar rastro de la estupidez juvenil. Esa
estupidez que hace que decenas de adolescentes lleven por la calle una argolla
en la nariz con dos bolas colgando como si estuvieran permanentemente
constipados y soltando mocos. O esos piercings en la lengua que en casos graves
de estupidez adolescente, les hacen creer que una bola de acero en la lengua
les va a convertir en maestros del cunnilingus o la felación por el solo hecho
de lucirlo y tener que hablar escupiendo y “zezeando” de forma repulsiva. Por
no hablar de los meses que se pasan sin poder comer como Dios manda por una
infección lingual producida por una perforación en la cavidad con más bacterias
del cuerpo humano: la boca.
Hubo una época en la
que un marinero experimentado se ganaba el derecho a lucir en su oreja una
argolla como distintivo de que había doblado 7 veces el cabo de hornos
desafiando tempestades, arriesgando la vida y convirtiendo su argolla en una
medalla que le hacía merecedor de admiración y respeto. Hoy día, cualquier
niñato de barrio se llena de herrajes sin otro mérito que creerse lo que no es,
y lo que es peor, sin ganárselo. Y esa es en resumen la paradoja de todo esto:
que hemos degenerado hasta encumbrar la estupidez y el merecimiento sin merecerlo.
Como dice mi buen
amigo MDLT, “Nos extinguimos sin remedio”
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