lunes, 14 de mayo de 2018

El crucerito (de los cojones)


Una vez hice un crucero. 

Soy viajero por vocación, y cualquier forma de viaje me atrae como un imán. Pero solo puedo calificar mi experiencia en aquel crucero como la más frustrante , castrante y cargante forma de viajar con la que me he enfrentado a lo largo de mi vida.

 Viajé en un crucero por el mediterráneo en una de las compañías top 5 de aquellos momentos. Costa cruceros, adquirida por royal Caribbean, y en uno de sus buques estrella del momento, el Costa Concordia. Tristemente recordado por el naufragio en 2012 gracias a que su capitán estaba entretenido vacilando con una piba en el puente de mando haciéndolo embarrancar y posteriormente abandonando el barco en un acto de vergonzosa cobardía….pero esa es otra historia.

 Mi viaje fue por el mediterráneo, aunque salvo por los paisajes y la calidad del barco, prácticamente todos los cruceros funcionan bajo el mismo demencial sistema, que paso a resumir:
Tú pagas el billete del itinerario que te guste. Ese precio puede ser muy bueno según la época y el recorrido. Puedes ver precios que te parezcan una bicoca, visitando varias ciudades . Pero no te engañes: por poco que te cueste el pasaje, vas a soltar dinero a chorros. Están diseñados para eso.
 De entrada las bebidas no entran en el “todo incluido” del barco. E incluso bebiendo agua como las ranas, tu presupuesto va a subir demencialmente. Y como ellos lo saben, procuran facilitarte un sistema con el que pronto pierdas el control. Te dan una tarjeta que viene a ser como una tarjeta de crédito que se convierte en algo tan peligroso como un mono borracho con dos pistolas. Porque cuando ese jodido barco zarpa a las 7 de la tarde de cualquier puerto y no tienes otro sitio donde ir que a los bares de las diversas cubiertas, empiezas a volverte loco con el encierro y los primeros tragos hasta que entras sin saberlo en bancarrota. Es un invento del demonio.
  Luego están las propinas, que son obligatorias. Ese concepto tan nuestro de gratificar (o no) a quien te atiende bien, en estos barcos se considera una obligación de Sí o sí, y pagas un impuesto de propina. Quieras o no. Te guste o no te guste. Y el sablazo no era pequeño, creo que recordar que unos 60€ por persona.

 Pero todo esto son minuncias. La estallada, la de verdad, viene con las excursiones contratadas. En tu camarote encontrarás diligentemente cada día un papelito con todas las excursiones que podrás contratar para el siguiente puerto. Por supuesto que podrás bajar del barco por tu cuenta y visitar las ciudades a tu bola, pero para ello necesitarás organizarte una ginkana de transportes públicos  e ir corre que te corre a donde quiera que sea siempre bajo la presión de que el barco a tal hora se pira, contigo o sin ti. Y eso estresa a mucha gente, y eso hace que muchos contraten las excursiones del propio barco, que créanme, baratas no son. Todo el sistema está diseñado para reventarte la cartera por un lado u otro. Y aquel crucero que se anunciaba por 600€ una semana visitando el mediterráneo, se convierte en 1500€ casi sin darte ni cuenta.

  Por otra parte, y consciente de que lo que voy a expresar no es más que un criterio de gusto personal, creo que los cruceros están ideados para gandules, miedosos y señoras. Gente de un perfil más inquieto (entre los que me quiero incluir), encuentra el sistema de viaje de crucero como un auténtico atentado a cualquier viaje decente. Es demencial. Llegas a una ciudad a las 6 de la mañana y a las 7 de la tarde ya está zarpando el barco, de modo que tienes unas pocas horas para ir a visitar los más emblemático que es a la vez lo más concurrido. Llegar a civitavechia  para ir a roma y volver es hacer el idiota, literalmente. Y así con cada puerto. Un abominable corre que te corre en el que ni disfrutas, ni conoces ni te relajas. Y si encima la ciudad te atrae o te cautiva y lo que te apetece es quedarte a ver el atardecer y cenar en un restaurante de un barrio pintoresco, como me sucedió en La valletta o en Palermo, te jodes porque el barco se va y tienes que ir a cenar en el puto restaurante de todos los días con las otras 4 parejas que te tocaron en suerte. Que no. Que lo siento, pero que no.

 Hay gente que defiende la idea de que es una buena forma de conocer sitios a los que luego puedes volver con calma y tal, pero la verdad es que no conozco a nadie que haya hecho eso. Yo mismo me quedé maravillado, como digo, de la valletta, pero jamás volví, y para ser sincero, tengo una lista tan larga de lugares pendientes de conocer, que dudo que vuelva. El destino dirá.

Sin embargo esta forma de viaje es el paraíso para el gandul que no quiere preocuparse de nada (ni de su cuenta bancaria), y está la mar de feliz yendo en las excursiones programadas como un borrego con su cencerro. Nada que objetar. Para el miedoso, a quien estar en un país extranjero le asusta y sólo se siente seguro en la calidez del grupo y el tutelaje de un guía o compañía garantizada. Y la señora que deja a los chiquillos en la guardería del barco y disfruta de su exención momentánea de esclavitud maternal. Pero créanme, yo no podía. Literalmente, no podía.
 Además para convivir medianamente bien en un crucero debes ser alguien medianamente empático, y yo no lo soy. Me gusta perderme a mi bola y la compañía de la gente tengo que elegirla, tanto en cantidad como en calidad, y eso nunca es posible en un crucero. Allí te obligan a convivir quieras o no, y para mi eso es una tortura excesivamente cruel.
 De entrada el horario de las cenas se establece en dos turnos. Te asignan uno (que puedes elegir, y como yo soy español elegí el más tardío), y te asignan una mesa que vas a compartir durante todo el viaje con dos o tres parejas más. Te colocan , supuestamente, siguiendo unos criterios de edad y condición (por ejemplo, jubilados con jubilados, recién casados con recién casados, etc etc) imagino que habrá alguien encargándose de establecer las mesas de la forma más compatible posible. Pero en mi caso, eso es un problema. Es difícil que la gente me caiga bien, y viceversa, de modo que tuve que pedir que me cambiaran de mesa un par de veces porque no soportaba a los pelmazos que me tocaron. Sobre todo una petarda que se pasaba toda la jodida cena mostrando las cosas que había comprado en su visita diaria y como regateó con los vendedores y bla bla bla bla…y en otra ocasión un fantasma redomado que no paraba de insistirme en que al día siguiente hiciéramos tal o cual excursión juntos cuando yo lo que quería hacer al tocar puerto era perder a todos esos pelmazos de vista por unas horas. Incluso algún día llegué a prescindir de la cena y le dije a mi pareja de entonces que me trajera un tupper al camarote, que yo al restaurante no iba. Un suplicio.
 Y luego eso…después de cenar ya estabas en navegación hasta el próximo puerto y no quedaba otra opción que deambular por los bares del barco , ver el show del teatro o pudrirte en una infecta discoteca llena de patanes .
  Mención especial para el barco:
 Si bien el camarote era exterior, funcional y bien equipado, el resto del barco era un puto mareo al que no le hacía falta una mar embravecida para que se te salieran los hígados por la boca. El interiorismo del costa concordia lo había diseñado un afamado decorador de casinos de las vegas del que no recuerdo el nombre, pero que en su época era bastante famoso. El cualquier caso, era la horterada hecha barco, y el mal gusto reinando en forma de oropeles, dorados, cristales de swaroski y mamonadas concebidas para hacer que doña pepita, la de la frutería, se crea que está en un lugar con clase. Si alguien ha estado en un casino de las vegas sabrá a lo que me refiero. Y por lo que he podido ver en reportajes de Tv y revistas, prácticamente todos los cruceros turísticos más o menos están diseñados de la misma forma; como parques temáticos de cartón piedra que le haga creer a los cruceristas que están sumergidos en un mundo de lujo y esplendor, cuando a mi la sensación que me da es que estoy en el cerebro del diseñador de Kashogui hast el culo de speed.

  El caso es que el segundo día más feliz de mi vida fue el día que acabó aquella pesadilla de viaje y en el que juré solemnemente que jamás de los jamases iba a volver a subirme a uno de esos infames hoteles flotantes.
Insisto en la idea de que esto que escribo no es más que un criterio de gusto personal, pero que respeto enormemente a los gandules, miedosos y señoras a quienes les fascina viajar de esta infame manera, que me consta que son legión y los hay que repiten año tras año.
 Besiños

1 comentario:

  1. De acuerdo contigo y eso q mo he ido d crucero nunca ni creo q vaya...

    ResponderEliminar