Una vez hice un crucero.
Soy viajero por vocación, y cualquier forma de viaje me
atrae como un imán. Pero solo puedo calificar mi experiencia en aquel crucero
como la más frustrante , castrante y cargante forma de viajar con la que me he
enfrentado a lo largo de mi vida.
Viajé en un crucero
por el mediterráneo en una de las compañías top 5 de aquellos momentos. Costa
cruceros, adquirida por royal Caribbean, y en uno de sus buques estrella del
momento, el Costa Concordia. Tristemente recordado por el naufragio en 2012
gracias a que su capitán estaba entretenido vacilando con una piba en el puente
de mando haciéndolo embarrancar y posteriormente abandonando el barco en un
acto de vergonzosa cobardía….pero esa es otra historia.
Mi viaje fue por el
mediterráneo, aunque salvo por los paisajes y la calidad del barco,
prácticamente todos los cruceros funcionan bajo el mismo demencial sistema, que
paso a resumir:
Tú pagas el billete del itinerario que te guste. Ese precio
puede ser muy bueno según la época y el recorrido. Puedes ver precios que te
parezcan una bicoca, visitando varias ciudades . Pero no te engañes: por poco
que te cueste el pasaje, vas a soltar dinero a chorros. Están diseñados para
eso.
De entrada las
bebidas no entran en el “todo incluido” del barco. E incluso bebiendo agua como
las ranas, tu presupuesto va a subir demencialmente. Y como ellos lo saben,
procuran facilitarte un sistema con el que pronto pierdas el control. Te dan
una tarjeta que viene a ser como una tarjeta de crédito que se convierte en
algo tan peligroso como un mono borracho con dos pistolas. Porque cuando ese
jodido barco zarpa a las 7 de la tarde de cualquier puerto y no tienes otro
sitio donde ir que a los bares de las diversas cubiertas, empiezas a volverte
loco con el encierro y los primeros tragos hasta que entras sin saberlo en
bancarrota. Es un invento del demonio.
Luego están las
propinas, que son obligatorias. Ese concepto tan nuestro de gratificar (o no) a
quien te atiende bien, en estos barcos se considera una obligación de Sí o sí,
y pagas un impuesto de propina. Quieras o no. Te guste o no te guste. Y el
sablazo no era pequeño, creo que recordar que unos 60€ por persona.
Pero todo esto son
minuncias. La estallada, la de verdad, viene con las excursiones contratadas.
En tu camarote encontrarás diligentemente cada día un papelito con todas las
excursiones que podrás contratar para el siguiente puerto. Por supuesto que
podrás bajar del barco por tu cuenta y visitar las ciudades a tu bola, pero
para ello necesitarás organizarte una ginkana de transportes públicos e ir corre que te corre a donde quiera que
sea siempre bajo la presión de que el barco a tal hora se pira, contigo o sin
ti. Y eso estresa a mucha gente, y eso hace que muchos contraten las
excursiones del propio barco, que créanme, baratas no son. Todo el sistema está
diseñado para reventarte la cartera por un lado u otro. Y aquel crucero que se
anunciaba por 600€ una semana visitando el mediterráneo, se convierte en 1500€
casi sin darte ni cuenta.
Por otra parte, y consciente
de que lo que voy a expresar no es más que un criterio de gusto personal, creo
que los cruceros están ideados para gandules, miedosos y señoras. Gente de un
perfil más inquieto (entre los que me quiero incluir), encuentra el sistema de
viaje de crucero como un auténtico atentado a cualquier viaje decente. Es demencial.
Llegas a una ciudad a las 6 de la mañana y a las 7 de la tarde ya está zarpando
el barco, de modo que tienes unas pocas horas para ir a visitar los más
emblemático que es a la vez lo más concurrido. Llegar a civitavechia para ir a roma y volver es hacer el idiota,
literalmente. Y así con cada puerto. Un abominable corre que te corre en el que
ni disfrutas, ni conoces ni te relajas. Y si encima la ciudad te atrae o te
cautiva y lo que te apetece es quedarte a ver el atardecer y cenar en un
restaurante de un barrio pintoresco, como me sucedió en La valletta o en Palermo,
te jodes porque el barco se va y tienes que ir a cenar en el puto restaurante
de todos los días con las otras 4 parejas que te tocaron en suerte. Que no. Que
lo siento, pero que no.
Hay gente que
defiende la idea de que es una buena forma de conocer sitios a los que luego
puedes volver con calma y tal, pero la verdad es que no conozco a nadie que
haya hecho eso. Yo mismo me quedé maravillado, como digo, de la valletta, pero
jamás volví, y para ser sincero, tengo una lista tan larga de lugares
pendientes de conocer, que dudo que vuelva. El destino dirá.
Sin embargo esta forma de viaje es el paraíso para el gandul
que no quiere preocuparse de nada (ni de su cuenta bancaria), y está la mar de
feliz yendo en las excursiones programadas como un borrego con su cencerro.
Nada que objetar. Para el miedoso, a quien estar en un país extranjero le
asusta y sólo se siente seguro en la calidez del grupo y el tutelaje de un guía
o compañía garantizada. Y la señora que deja a los chiquillos en la guardería
del barco y disfruta de su exención momentánea de esclavitud maternal. Pero
créanme, yo no podía. Literalmente, no podía.
Además para convivir
medianamente bien en un crucero debes ser alguien medianamente empático, y yo
no lo soy. Me gusta perderme a mi bola y la compañía de la gente tengo que
elegirla, tanto en cantidad como en calidad, y eso nunca es posible en un
crucero. Allí te obligan a convivir quieras o no, y para mi eso es una tortura
excesivamente cruel.
De entrada el horario
de las cenas se establece en dos turnos. Te asignan uno (que puedes elegir, y
como yo soy español elegí el más tardío), y te asignan una mesa que vas a
compartir durante todo el viaje con dos o tres parejas más. Te colocan ,
supuestamente, siguiendo unos criterios de edad y condición (por ejemplo,
jubilados con jubilados, recién casados con recién casados, etc etc) imagino
que habrá alguien encargándose de establecer las mesas de la forma más
compatible posible. Pero en mi caso, eso es un problema. Es difícil que la
gente me caiga bien, y viceversa, de modo que tuve que pedir que me cambiaran
de mesa un par de veces porque no soportaba a los pelmazos que me tocaron.
Sobre todo una petarda que se pasaba toda la jodida cena mostrando las cosas
que había comprado en su visita diaria y como regateó con los vendedores y bla
bla bla bla…y en otra ocasión un fantasma redomado que no paraba de insistirme
en que al día siguiente hiciéramos tal o cual excursión juntos cuando yo lo que
quería hacer al tocar puerto era perder a todos esos pelmazos de vista por unas
horas. Incluso algún día llegué a prescindir de la cena y le dije a mi pareja
de entonces que me trajera un tupper al camarote, que yo al restaurante no iba.
Un suplicio.
Y luego eso…después
de cenar ya estabas en navegación hasta el próximo puerto y no quedaba otra
opción que deambular por los bares del barco , ver el show del teatro o
pudrirte en una infecta discoteca llena de patanes .
Mención especial
para el barco:
Si bien el camarote
era exterior, funcional y bien equipado, el resto del barco era un puto mareo
al que no le hacía falta una mar embravecida para que se te salieran los
hígados por la boca. El interiorismo del costa concordia lo había diseñado un
afamado decorador de casinos de las vegas del que no recuerdo el nombre, pero
que en su época era bastante famoso. El cualquier caso, era la horterada hecha
barco, y el mal gusto reinando en forma de oropeles, dorados, cristales de
swaroski y mamonadas concebidas para hacer que doña pepita, la de la frutería,
se crea que está en un lugar con clase. Si alguien ha estado en un casino de
las vegas sabrá a lo que me refiero. Y por lo que he podido ver en reportajes de Tv y revistas, prácticamente todos los cruceros turísticos más o menos están diseñados de la misma forma; como parques temáticos de cartón piedra que le haga creer a los cruceristas que están sumergidos en un mundo de lujo y esplendor, cuando a mi la sensación que me da es que estoy en el cerebro del diseñador de Kashogui hast el culo de speed.
El caso es que el
segundo día más feliz de mi vida fue el día que acabó aquella pesadilla de
viaje y en el que juré solemnemente que jamás de los jamases iba a volver a
subirme a uno de esos infames hoteles flotantes.
Insisto en la idea de que esto que escribo no es más que un
criterio de gusto personal, pero que respeto enormemente a los gandules,
miedosos y señoras a quienes les fascina viajar de esta infame manera, que me
consta que son legión y los hay que repiten año tras año.
Besiños
De acuerdo contigo y eso q mo he ido d crucero nunca ni creo q vaya...
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