lunes, 23 de febrero de 2015

la farsa de las drags

Recuerdo las primeras galas Drags de la ciudad de Las Palmas. Bueno, llamarlas "galas" quizás sea demasiado. Aquello eran pseudo-espectáculos de escala en Hi-Fi que empezaron a organizarse en el escenario de Sta. Catalina a petición de un grupito de locas que reivindicaban un espacio para hacer el show con el que imitar la moda trans del momento, inspiradas en "Priscilla , la reina del desierto".

  Al Ayuntamiento de entonces no le importó marcarse el punto de ceder el escenario unas horas (de tarde) por aquello de "el carnaval del pueblo", pero eso sí, en horario de mínima audiencia y a condición de que no armaran mucho jaleo.
  El perfil de la Drag de entonces era muy distinto al de ahora. Eran las mariquitas del barrio de toda la vida, que encontraban su minuto de gloria subidas a sus taconazos en el parque de Santa Catalina haciendo gala de lo que es la travesti isletera de toda la vida: Histrionismo, ordinariez, esperpento, palabrotas y unos demenciales "max-mix" musicales aderezados con expresiones soeces cuanto más bastos y "amaurados" mejor.
  El perfil del público era parecido. Familiares, amiguetes y vecinos que iban a echarse unas risas con y DE las Drags. Era el morbillo de ir a descojonarse de las mariquitas del barrio. Esa sana costumbre tan nuestra de reirse de un tercero que se presta a hacer el ridículo sin complejos. Y allí se plantaban, con las fiambreras de tortilla y los clipper de fresa a echar la tarde partiéndose la caja con las ocurrencias de esos personajes que el resto del año hacían lo mismo, pero en las oscuras aceras de guanarteme al caer la noche, y con el desprecio solapado del resto de la ciudad, que las identificaba con un sórdido mundo de drogas, prostitución y calamitosas vidas llenas de penurias personales. Pero ese día, podían ir a reirse abiertamente de ellas, con su complicidad y con aplausos.

  Y ocurrió lo que nadie se esperaba que ocurriese: de repente las galas drags resultaban más divertidas, cachondas y desternillantes que los ya encorsetados espectáculos consagrados de las fiestas. Reinas, murgas y comparsas se descubrieron entonces como una pesadez muerta de institucionalización, frente a unas locas deslenguadas que redotaron al carnaval de la retranca humorística de esta tierra, lejos de sofisticaciones, donde la arenga más aplaudida, vitoreada y equilibrada era algo así como "Fefa, cómeme el coño". Y se desató el boca a boca. Y los shows empezaron a correr como la pólvora de boca a oreja. Y en unos poquitos años, ya el fenómeno se convirtió de gala proscrita, a contar con la simpatía de la gente que afirmaba sin pudor "La gala de las drags es mucho más divertida, mi niña, yo paso de las reinas". Y es que la fórmula ordinariez-burla-improvisación, siempre ha sido un éxito previsible por estas latitudes. Lo que esta vez, se nos fué de las manos.

  No tardó la intelectualidad progresista de la ciudad en darse cuenta del fenómeno. Y nuestra numerosa comunidad gay ilustrada no tardó en ver el potencial del evento, arrancarle toda la caspa, y transformarlo en un evento cultural de primer orden con más capas de maquillaje de las que las propias drags usaban. Poco a poco fueron tiñéndolo todo de un glamour "transgresor" europeista. Puliendo el lenguaje, sofisticando las "performances", y dotando al fenómeno de una calidad técnica-artística warholiana que lo pusiera a la altura de cualquier innovación salida del mismo centro de Manhattan. Hecho esto, se procedió a la corrección moral del nuevo concepto. Ahora ya no se va al parque a reirse de y con las mariquitas. Ahora se va a rendir un merecido homenaje a nuestra sacrosanta concepción libertaria de la igualdad de género y el respeto a la diversidad, la aceptación y el abrazo incondicional a las diferentes formas de entender la vida y el amor. Aquella mariquita ordinaria salida de la isleta, centro de todas las burlas y bullyngs escolares durante toda su niñez, era reconvertida en paradigma de nuestra tolerante, igualitaria, europeista y muy civilizada forma de entender el mundo. Una sociedad acostumbrada a tratar al trancazo a sus maricones, reirse de ellos, humillarlos, daba el giro hacia la excelencia moral autoproclamándose como el faro de la tolerancia. Y algunos, se lo creyeron.

  En 4 ó 5 ediciones, el público isletero empezó a darse cuenta de cómo una vez más, les habían comido el terreno por los pies, y esas galas de drags andróginas, exquisitas, sofisticadas y "transgresoras" ya no les hacían ni puta gracia. Y empezaron a sentirse estafados porque ya no habían risas, ni chistes verdes, ni ordinarieces, ni histrionismo, ni nada de nada. Y ellos, y las propias drags originales llevan ya un par de años reclamando el espacio que ellos crearon, retomando la vieja y original fórmula de "Estoy aquí para cagarme en todo y que se rian de mi, que soy la mariquita del barrio". Y hemos visto cómo vuelven a recuperar terreno las escalas en Hi-Fi hechas con dos casettes y llenas de barbaridades, chumba-chumba, reaggeton y palabrotas, porque si no, no hace risa.
  Mientras tanto, los presentadores de las galas siguen hablando de epicentro de la tolerancia, la diversidad y lanzándole al mundo catódico un mensaje edulcorado y tapando como pueden que esto sigue siendo la isleta en estado puro, que lo que nos mueve, y lo que nos hizo crear a las drags, fué nuestra muy humana tendencia a la burla y al esperpento. Que ninguna familia canaria quiere en su seno a un hijo Drag, aunque cuando le sale, pues qué va a hacer sino quererlo y defenderlo a sabiendas de que el resto le va a crujir por todas partes, y que Feluco, el de la isleta, como vea a su hijo subido a unas plataformas, lo primero que le viene a la cabeza es largarlo detrás de la barra antes de que sea tarde.
  pero el resto, nos lamemos las heridas presumiendo ante el mundo de una sociedad tolerante y transgresora, pero a la que en cuanto le rascas un poquito el barniz, le rebrota la caspa.

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