Hoy se me fué un amigo. Pero es momentáneo, quiero pensar que allá donde fuera lo que hace es guardarme un sitio a mí y a otros tantos.
Waldo se fue sin esperarlo. Sé que le jodía que le llamáramos Waldo y reivindicaba su bonito nombre: Osvaldo, pero que se joda, porque ahora no me oye y lo llamo como me dé la gana.
Llevo tanto tiempo (mas de 6 años) velando por la salud de una anciana, que a veces pierdo la perspectiva biológica, y cuando de repente se muere un amigo de mi edad, el golpe es devastador porque no alcanzo a asimilarlo. Estoy tan mentalizado de que debo aceptar el deterioro de una persona y que el tiempo tiene sus designios, que cuando me fallan las cuentas y acontece lo no esperado, me desbarato. Pero en fin, ocurrió.
Waldo no sólo era un niño de mi infancia. Aparte de compartir colegio, aula, pupitre y patios, compartimos también vecindad. Vivíamos muy cerca y después del colegio alargábamos el vínculo jugando en la calle convirtiendo las puertas de garaje de un negocio cercano en improvisadas porterías para seguir destrozando los zapatos negros del uniforme del claret.
Waldito era un tipo peculiar. Tenía una arrolladora personalidad que....coño, miento...su personalidad no era arrolladora porque él no arrollaba a nadie. Su personalidad era simplemente APLASTANTE. Recuerdo cómo puso de moda en el colegio acudir con un macuto verde militar en una edad en que todos íbamos con nuestras maletitas de corte inglés y a él le importó un pito y tres pimientos que su macuto fuera la risa de nuestra sociedad de imberbes hasta que al final, sin saber cómo, el macuto verde militar se convirtió en un icono y nadie podía aspirar a un mínimo de respeto si no se colgaba del hombro un macuto como el de Waldo. Y así fué siempre. Waldo transpiraba autenticidad y absoluta ausencia de necesidad de reconocimiento social. Yo jamás tuve ni su determinación, ni su resolutiva confianza en sí mismo como para hacer siempre lo que le dió la real gana sin necesidad de consenso ni aprobación.
Y así pasaron los años de la infancia hasta que la diáspora estudiantil nos separó y tuvimos un vacío de 30 años en los que no hubo contacto y cada uno siguió el camino que el destino le tenía resuelto. Hasta que a los 50 años, una de esas aterradoras reuniones de antiguos alumnos nos volvió a poner frente a frente. Aterradoras, porque despues de 30 años sin ver a tus compañeros de pupitre, acudes con el miedo de ser comparado, de no haber cumplido las expectativas...en fin, tantas cosas...pero resumiendo, allí volví a verlo. Y era tal cual. Le importaba una mierda el juicio que los demás hicieran de él. Lucía pintas que a todos los quincuagenarios podrían parecernos estrambóticas. Gorra de beisbol, ropa más que "casual", uñas pintadas de negro que parecian mejillones....en fin...quizás muchos quisimos ver en esas pintas un fracaso, pero lo cierto es que a él eso no le importaba y apareció tal cual, sin complejos y con orgullo. Y al volver a tratarlo descubrí que ese adulto de 50 años, testigo de mi infancia, no había cambiado un ápice su esencia. Seguía siendo el tipo que marca tendencia desde lo genuino de su ser y con cariño aceptaba las diferencias a la vez que reivindicaba su forma.
Descubrí a un ser de luz, esa es la verdad. Y aunque discrepáramos en muchas cosas, coincidíamos en otras. Sus posiciones ideológicas, políticas e incluso filosóficas me parecieron extremadas, pero debo decir que con tanta radicalidad defendía sus posiciones como mostraba respeto por las ajenas. Me dió una buena lección, que soy vehemente, impulsivo y ofensivo. Y su templanza me inspiró. Si hoy soy un poco mejor, lo debo su influencia.
Hoy nos hemos dado un "hasta luego", porque si 30 años no fueron una despedida, esto tampoco va a serlo. Waldito, donde quiera que estés, guárdame un sitio en la grada naciente. Y GRACIAS.
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