Y aquí estoy de nuevo.
Parece que tengo la suerte de ponerme un año más a hacer un balance de lo que ha acontecido en este nuevo año de nuestras vidas. Tengo la salud, la fuerza y la capacidad para hacerlo, de modo que ya es un indicio de que no ha ido mal del todo. Y es verdad.
Como todos los años, han habido cosas buenas y malas, eso nunca falla. Pero parece que las malas no han crecido. Como mucho se han mantenido. Hay problemas atávicos que no he podido resolver, pero que se mantienen en barbecho sin dar demasiada lata, aunque ya lo harán, de eso tampoco me cabe duda alguna.
Pero la salud de mi madre se mantiene, la mía también, y parece que mis fuerzas aún pueden resistir algún embate sobrevenido que se presente. Y eso es lo importante. Hemos esquivado los reveses que el destino nos tenía preparados para 2023, y nos mantenemos como un tentetieso preparados para ponerle el cachete a 2024 con el enconamiento que venga. Y pa chulo, yo. Atrévete con nosotros.
Y de las cosas buenas....de esas sí que tomo conciencia y hago balance, porque esas igual no se repiten y hay que tenerles conciencia y agradecimiento.
Este año he aprendido lo valioso que es el tiempo. Que es el bien más preciado, el más caro y el más difícil de suplir. Que el tiempo que le dedico a mi madre es el regalo más precioso, por encima de perfumes, ropas o Alexas. Que compartir cada minuto es un regalo inigualable, y que cada viaje, cada comida o cada paseo juntos siempre será más valioso que lo que pueda comprar el dinero.
Y a nivel estrictamente personal, esto es algo que también me aplico, porque he recibido la luz de conectar con el faro de Alejandría. Una persona que a estas alturas me dedica su tiempo, sus energias, su amistad y su presencia. Me tocó la lotería en febrero, y a 29 de Diciembre se consolida como el haber más grande de este balance.
También estreché y dimensioné relaciones antiguas a niveles de excelencia, hasta convertir a personas del pasado en promesas de futuro que ya sé positivamente que jamás se van a diluir como azucarillos en un café. Da tranquilidad.
Y las decepciones, que las hubieron, se han aparcado en una zona del cerebro donde ya no hacen daño y se benefician de una comprensión y aceptación resignada fruto de una madurez que no creía tener y envueltas en un halo de amor incondicional que ya no le hace caso a desplantes ni comparativas.
Algo he crecido, y para un chiquillaje como yo, eso es algo que este año me regala envuelto en oropeles. Aquí estoy. Más grande, más fuerte, más persona y más accesible. Gracias, 2023.
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