viernes, 29 de diciembre de 2023

NEW BALANCE 2023

 Y aquí estoy de nuevo.

 Parece que tengo la suerte de ponerme un año más a hacer un balance de lo que ha acontecido en este nuevo año de nuestras vidas. Tengo la salud, la fuerza y la capacidad para hacerlo, de modo que ya es un indicio de que no ha ido mal del todo. Y es verdad.

 Como todos los años, han habido cosas buenas y malas, eso nunca falla. Pero parece que las malas no han crecido. Como mucho se han mantenido. Hay problemas atávicos que no he podido resolver, pero que se mantienen en barbecho sin dar demasiada lata, aunque ya lo harán, de eso tampoco me cabe duda alguna. 

 Pero la salud de mi madre se mantiene, la mía también, y parece que mis fuerzas aún pueden resistir algún embate sobrevenido que se presente. Y eso es lo importante. Hemos esquivado los reveses que el destino nos tenía preparados para 2023, y nos mantenemos como un tentetieso preparados para ponerle el cachete a 2024 con el enconamiento que venga. Y pa chulo, yo. Atrévete con nosotros.

 Y de las cosas buenas....de esas sí que tomo conciencia y hago balance, porque esas igual no se repiten y hay que tenerles conciencia y agradecimiento.

 Este año he aprendido lo valioso que es el tiempo. Que es el bien más preciado, el más caro y el más difícil de suplir. Que el tiempo que le dedico a mi madre es el regalo más precioso, por encima de perfumes, ropas o Alexas. Que compartir cada minuto es un regalo inigualable, y que cada viaje, cada comida o cada paseo juntos siempre será más valioso que lo que pueda comprar el dinero.

 Y a nivel estrictamente personal, esto es algo que también me aplico, porque he recibido la luz de conectar con el faro de Alejandría. Una persona que a estas alturas me dedica su tiempo, sus energias, su amistad y su presencia. Me tocó la lotería en febrero, y a 29 de Diciembre se consolida como el haber más grande de este balance.

 También estreché y dimensioné relaciones antiguas a niveles de excelencia, hasta convertir a personas del pasado en promesas de futuro que ya sé positivamente que jamás se van a diluir como azucarillos en un café. Da tranquilidad.

 Y las decepciones, que las hubieron, se han aparcado en una zona del cerebro donde ya no hacen daño y se benefician de una comprensión y aceptación resignada fruto de una madurez que no creía tener y envueltas en un halo de amor incondicional que ya no le hace caso a desplantes ni comparativas.

  Algo he crecido, y para un chiquillaje como yo, eso es algo que este año me regala envuelto en oropeles. Aquí estoy. Más grande, más fuerte, más persona y más accesible. Gracias, 2023.

miércoles, 2 de agosto de 2023

GENERACIONES

 Soy de una generación de héroes. O al menos, así me (nos) lo han hecho creer. Nací en un baby-boom sesentero que convirtió a mi generación en una tropa que tuvo que lidiar con las mieles y las hieles de los tiempos modernos. Por un lado, no padecimos guerras ni postguerras. Ni hambrunas, ni necesidades. Incluso un buen porcentaje de varones no tuvimos ni que hacer la mili gracias a objeciones de conciencia , prórrogas de estudios y hasta insumisiones permitidas. Tuvimos oportunidades que provenían de una bonanza económica y unos padres trabajadores cuyo mayor empeño era darnos todo lo que ellos no tuvieron, y con la inmensa suerte de no depender de otra cosa que de su trabajo y esfuerzo en una época en la que si jugaban bien sus cartas, podían tener una vida laboral estable y lo suficientemente bien remunerada como para poder pagar colegios privados de los que ellos no disfrutaron, vacaciones de verano en el sur, y acceso a estudios superiores que otrora eran lujos reservados a una élite de oligarcas para sus vástagos.

  Mi generación democratizó el acceso a la educación, y en una universidad de los 80-90 compartían aula el hijo del obrero con el del patrón, cuando algo como eso era casi una herejía en tiempos pretéritos. Sí, tuvimos oportunidades. Todas las del mundo. Y algunos las aprovecharon mejor y otros peor, pero en cualquier caso nuestro privilegio fue precisamente ese: el disponer de oportunidades que otros, en otros tiempos, o por nacer en el lado oscuro del mundo, no tuvieron nunca.

  Mi generación ha vivido cambios tecnológicos importantísimos, con la fortuna de que aún hoy, somos capaces de asimilar. Hemos estado a tiempo de ver el mundo analógico en el que nacimos transformarse en digital y tener aún la suficiente frescura de mente como para asimilarlo. Nacimos dándole vueltas al disco de un teléfono para acabar manejando smartphones con soltura, y aunque el avance es exponencial, confío en que aún seamos capaces de ir asimilando con igual éxito lo que se nos viene encima con la inteligencia artificial, las energías renovables, los cambios de paradigma y una antropología social que empieza a desbordarnos.

  Pero no lo olvidemos, hubieron hieles.

   Se nos inculcó una disciplina que hoy día está tipificada como delito. Nuestros profesores emplearon a fondo aquello de "la letra con sangre entra". Yo mismo recibí bofetones, reglazos en las puntas de los dedos, castigos, penas y todo tipo de revulsivos cuando olvidaba quién es el que manda. La disciplina no se razonaba ni se explicaba, simplemente se exponía de la forma más clara posible y anulando cualquier  ademán contestatario.

 Viajábamos al sur en coches sin airbags, ni asientos elevados, ni aire acondicionado, ni cinturones de seguridad. Pedaleábamos con bicicletas de hierro pesado sin casco, ni rodilleras, ni coderas, ni la supervisión de ningún adulto. Las heridas se curaban con mercromina y con un castigo por haber estado haciendo el cafre. Una lesión traumatológica se curaba con una pesada escayola y no con férulas de titanio y aluminio ultraligero desarrolladas por la nasa. La brecha en la frente de una pedrada requería puntos de sutura sin anestesia en vez de grapas amables, y sin denuncia ni al niño que nos tiró la piedra, ni a su padre.

 No tuvimos charlas de educación sexual en el cole, y cada uno se volvía autodidacta "distrayendo" un LIB o un INTERVIÚ de la forma más rocambolesca posible, y sobre todo NO HABÍA INTERNET. Ni google, ni youtube, ni facebook, ni instagram, ni tik tok. Y creo que esto último nos salvó la vida y nos dejó convertirnos en personas. Y por eso, y muchas cosas más, somos héroes.

 Sin embargo, parece que no aprendimos nada digno de transmitir.

 Nuestros vástagos no conocen ni hiel, ni nada. Han crecido entre unos algodones y cunas mullidas que les han convertido en tiranos de manual. Cierto es que ellos también viven unas desventajas generacionales que nosotros no conocimos, tales como una competencia desmedida, carencia de recursos globales, un planeta en decadencia por sobreexplotación....sí, sufren sus demonios y tendrán que espabilar mucho para compensar la herencia que les dejamos, pero no los estamos preparando para ello. Muy al contrario, les hemos desnortado aún más barriéndoles de su camino cualquier picón que les estorbara en sus zapatos de marca.

 Como dice el dicho, "tiempos difíciles hacen hombres fuertes. Hombres débiles hacen tiempos difíciles". Hemos sido su Uber privado hasta para ir con los colegas. Los paganinis del último capricho de la tecnología. Les hemos mandado a un psicólogo cuando merecían una mano abierta en el moflete. Dejamos que Rosalía y Quevedo sean sus referentes culturales. Nuestras niñas perrean el reguetón de un piltrafa portorriqueño mientras nuestros niños suben su autoestima tatuándose en la piel un dibujito insulso y absurdo que querrán borrar si algún día llegasen a madurar.

 En serio, me deprime el panorama y a día de hoy sigo preguntándome: ¿si somos héroes y privilegiados, porqué lo estamos haciendo tan mal?

 Quizás, y sólo quizás, también no seamos más que otra generación fallida.

martes, 25 de julio de 2023

El idiota del patinete (yo) Vs el empoderado gilipollas

 Soy conductor.

 La DGT me facultó hace más años de los que deseo admitir, a conducir vehículos (coches y motos) por los asfaltos de esta piel de toro. Creo que deben ser 30 años o más. Y he sido un conductor modélico. Conservo los 15 puntos de mi carnet impolutos, y mis seguros se congratulan de haber estado 30 años sacándome pasta con una siniestralidad que ronda el cero absoluto.

 Hace unos meses me compré un patinete eléctrico. Y ese cacharrete de gama media baja, que no supera los 25 km/h, se ha convertido en mi mejor aliado en los desplazamientos urbanos. Es eficiente, limpio, barato y reconozco que la mejor alternativa que me hace ahorrar tiempo, dinero y fatigas porque ni siquiera tengo que aparcarlo. Me acompaña allá donde voy como un perrito faldero y lo mismo lo aparco al lado de la mesa del bar donde me tomo un café, que subo a la sexta planta del corte inglés mientras hago mis compras.

 Eso sí, reconozco, como conductor que soy, que es peligrosísimo. Su naturaleza dual hace que lo manejes tanto en una calle con tráfico pesado, como en una zona peatonal, y en ocasiones conjugar los dos mundos genera ciertas incompatibilidades que hacen que tu lóbulo cerebral derecho se de de ostias con el izquierdo. Manejar este aparato reclama una atención máxima que varía en función de la vía que transites. Y siempre, en todos los casos, eres carne de cañón. Un accidente en una vía convencional te convierte en un ser endeble que se va a llevar la peor parte en cualquier accidente con un coche. Y en una peatonal, siempre te convierte en el culpable de causar cualquier tipo de lesión a un peatón al uso. Sí, es un peligro que te obliga a poner todas tus facultades en Defcon4 cuando al volante de tu coche, o al manillar de tu moto tienes una serie de cualidades que te igualan al entorno.

 Y a Dios gracias, hasta hoy mis 567 km en patinete no me han dado ningún disgusto remarcable. Pero mi experiencia de hoy ha hecho saltar todas las banderas rojas y me ha hecho reflexionar..

 Transitando una zona peatonal despejada (y permitida para bicis y patinetes), iba a todo lo que da (25 km/h). Pero al llegar a un paso de peatones, un peaton despistado no me vió llegar y cruzó. A escasos 5m de mí. Toqué mi timbre(como el de las bicicletas, un tin-tin absurdo que no oyó, y clavé el ridículo freno de tambor trasero a todas luces insuficiente para la distancia, por lo que tuve que acompañarme de un grito "cuidado, cuidado". Afortunadamente el grito sí lo oyó y ambos pudimos frenar nuestra trayectoria antes de una colisión que, todo hay que decirlo, tampoco es que hubiera sido "brutal" ni hubiera acarreado más consecuencias que las de un pequeño empujón que ni siquiera se produjo, pero casi. Y lo que vino a continuación es lo que me hace reflexionar:

 Una vez parados, admití mi culpa y pedí disculpas. " lo siento tio, no pensé que fueras a cruzar y clavé frenos todo lo que pude pero ví que no era suficiente. Culpa mía, disculpa". Y lo que recibí fue una mirada asesina y un grito de "a ver si miras por donde vas, idiota!!"

 Y vale, ahí me salió la Ernestada en cero coma. Aún sabiendo que, en puridad, la falta era mía, no quise admitir que su razón le facultara para esgrimir un insulto de forma impune y menos habiendo recibido una disculpa. Podía haberme callado, seguir mi camino, y purgar mi culpa amulado y agradeciendo que nada hubiera ido a mayores, pero no, tuve que rebotarme. Y después de mi admisión solo atine a decir "mira, amargado de mierda soplapollas, la próxima vez que cruces una calle sin mirar, quítate los cascos para que oigas las advertencias y te vas a llamar idiota a la puta madre que te parió". Tal cual. Mal hecho, vale. Debo aprender a contenerme y minimizar, que es la mejor forma de evitar problemas, pero no me salió. Debería tomar ejemplo de mi amigo Diego, que ya me ilustró de como su vida de conductor en Madrid mejoró cuando ante un problema de tráfico, era mejor lanzar besos que peinetas.

 Pero sí, me tocó los huevos que la gente ante un derecho reconocido, se arrogue la potestad de hacerlo valer con un insulto que a mi edad ya me cuesta digerir sin resistencia.

 Es como cuando con el coche frenas ante un paso de cebra y el que cruza, arropado en su derecho, lo hace a paso de tortuga importándole un pito y tres pimientos el tiempo que te retenga, porque su derecho le da derecho a humillarte, y lo de acelerar el paso para que la parada sea lo menos gravosa para ambos, se regodea en hacerte esperar lo que sus santos cojones tengan a bien. Pues vale. Pero lo de insultarte de gratis es también un derecho?

 qué hubieras hecho tú?

jueves, 5 de enero de 2023

Pirotecnia, perritos y enfermos

 Me encanta la pirotecnia.

   Siempre sucumbo emocionado a los encantos de la luz y el ruido. Es curioso cómo algo tan sugerente, excitante y bonito que es ver el cielo iluminado de colores con un colosal estruendo, tenga un pariente tan terrorífico como pueda serlo un bombardeo asesino. Pero el caso es que ante la ausencia de miedo y la certeza de la intención festiva, me sublima el espíritu ver explotar un montón de palmeras de colores sobre el negro cielo nocturno acompañadas de una ensordecedora traca.

 Pero no a todo el mundo le gusta. Muy al contrario, hay quienes no lo soportan, les enfurece, o les afecta de formas que no pueden controlar. Y claman por su abolición sin paliativos. 

 Ya es un clásico que en estas fiestas navideñas las redes se saturen de afectados que solicitan apoyo, firmas y altavoces para que su reivindicación prohibitiva encuentre camino. Hay que prohibirlo, aseguran.

 Y los primeros en esa lista, son los dueños de perritos miedosos, incapaces de procurarles consuelo a sus peluditos y que sufren enormemente ante los arranques de pánico de su mascota, a la que quieren mucho, muchísimo. Y no encuentran otra forma de darle consuelo al animal, más que tratando de prohibirle al resto del mundo un espectáculo que atrae masas, y que por algo será.

  Yo siempre he tenido perros, y jamás ninguno de ellos entró en pánico por un petardo. Y es porque son animales educados y equilibrados que tienen un referente Alfa claro y definido. Y cuando ese referente actúa con calma y los tranquiliza, los perros no sufren estrés alguno. El problema es haber maltratado al perro (maltratado, sí) tratándolo como a un humano al que colman de mimos, cariñitos y atenciones usurpándole de ese modo lo más básico para un cánido: su instinto natural.

  Y es que el perro, como lobo que es, vive en una manada con una jerarquía estricta donde el macho y hembra alfa, por igual, se sitúan en la cúspide, y el resto de miembros va desescalando en importancia pero ocupando su papel. Pero los referentes son los Alfas. Y cuando un perro tiene un Alfa claro, no se desequilibra. Es cuando lo mimas, lo consientes y lo tratas como a una cría de primate cundo se desestabiliza, porque llega a creerse que él es el alfa, y cuando una situación sale de su control, sencillamente entra en pánico porque no sabe gestionarla y se pierde en un miedo atroz.

  Cuando un petardo estalla, mi perro me mira. Y si me ve tranquilo, más tranquilo se queda él. Sabe que su Alfa está ahí y lo protege. Nada puede pasarle. Y darle esa confianza y seguridad al perro es lo que todo amo debe hacer, y se consigue con educación, no con mimos ni con el pienso más caro de la tienda de animales.

 Tu perro no se vuelve loco de miedo porque sus oídos sean muy sensibles, no te engañes . Asustarse por causas anatómicas no es una condición del perro, sino un déficit de una educación que no has sabido darle . De modo que no busques culpables. La culpa no es de los petardos ni de quienes los tiran. Es tuya por no haberle sabido dar a tu perro otra cosa que mimos, privándole de su natural estabilidad de manada. Si tanto quieres a tu perro, no le prohíbas a la sociedad que haga lo que les gusta. Aplícate y aprende a darle a tu perro lo que de verdad necesita, en lugar que el resto del mundo te haga ese trabajo a base de airadas quejas y prohibiciones.

 Harina de otro costal son las personas con patologías especiales. Sabemos que el espectro autista es muy incompatible con la pirotecnia, y ahí sí que hay que saber escuchar y remediar. Y sacrificar, o limitar, o programar con exquisitez. Ahí sí que es la sociedad en su conjunto la que debe comprometerse en procurarles a sus miembros más vulnerables la mejor de las soluciones, y si la única es sacrificar la fiesta, pues esa habrá de ser. Desconozco porque no soy médico, qué medidas pueden tomarse para atenuar ese sufrimiento y habría que darle voz a una comunidad científica para que nos asesore y tomar la mejor medida. Yo estoy más que dispuesto a escucharles.