El “problema” catalán. Independentismo Vs Unionismo…
Antes que nada, tengo que trazar una linea roja: no soy nacionalista. Y eso condicionará todo mi parecer.
Nací y me crié en el seno de una familia canaria acomodada. Soy canario. Profundamente. Y esa condición, me hace acreedor de otra identidad: soy español. Hasta la médula. Y tuve la suerte de vivir 17 años en Cataluna. Eso no me da galones de ningún tipo, pero sí criterio propio con lo que está pasando.
Despues de 17 años creciéndo y educándome en un peñasco canario, mi identidad estaba más que construida. Soy canario, descendiente de los nobles guanches, tengo un patrimonio cultural diferenciado y definido. Mi patria chica me sublima y me enorgullece. Soy de una generación educada en la creencia de que los menceyes y guanartemes guanches eran el sumuns de la dignidad; que preferíamos morir riscándonos de un roque antes que sucumbir ante el invasor español. Me mamé la “cantata del mencey loco”. Oí a Taburiente, y siempre vi a los peninsulares como una especie de abusadores con una pronunciación agresiva que trataban de convencerme de mi “minusvalía” cultural y geográfica ante su poderío histórico y supremacista. Unos “godos” despreciables en todo sentido.
Y resulta que a los 17 años me voy a estudiar y vivir en Barcelona. Y lo que pretendía ser una estancia limitada a 5-6 años, se convirtió en un modus vivendi que se prolongaría durante 17 años más.
Llegué a Cataluña pensando que el catalán era como el latín; una lengua muerta que no usaba nadie, pero la realidad me dio la primera bofetada. Mis primeras experiencias fueron que el catalán era una lengua viva, usada y prevalente. Y eso no me supuso mayor problema. El catalan, para un castellanoparlante, es una lengua muy sencilla de asimilar. Cualquier estudiante medio que en 2 de bup se hubiera leido el poema de mio Cid no debería de tener problemas para entender a un catalán que le hablara despacito. En un par de meses lo entendía todo perfectamente, y en un par más, podía hablarlo sin ser Salvador Espríu, pero con cierta dignidad.
Mi formación más importante se dio en colegios y universidades catalanas, y el idioma jamás me supuso un problema o una desventaja. Mis amigos de esa época son de los mejores que conservo; catalanes de pura cepa que me acogieron con la cortesía y educación que se le supone a las gentes de bien. Me cuidaron, mimaron y ayudaron en todo lo que necesité. Hoy día, mi amigo Jordi (no podía llamarse de otra manera), es de los seres vivos a quien más adoro en el mundo.
También es verdad que yo no puse problemas. Estaba en tierra extraña y te adaptas o mueres. Y yo supe adaptarme, y los que me acogieron, me lo pusieron muy fácil. Aún recuerdo recriminar a mis amigos catalanes que me hablaran en castellano, cuando yo lo que quería y necesitaba es que me forzaran a hablar en su lengua, pero no había manera. Siempre intentaban agradarme y acogerme hablando en un castellano que se notaba que les salía con dificultad y haciendo un esfuerzo.
Pero es cierto que aprendí que su cortesía también encerraba una especie de condescendencia que me indicaban que nunca me vieron como a un igual. Ellos también tenían su historia, sus mártires, su idiosincrasia y su supremacismo. Se creían “el pueblo elegido por Dios”, como los canarios nos creíamos el pueblo elegido por Alcorac. Adoraban sus costumbres, LENGUA y tradiciones, y en base e ello obraban. Quizás la diferencia es que tenían un puntillo soberbio en el que se consideraban por encima de los demás pueblos peninsulares. No en vano, cataluña siempre ha sido una de las regiones más prósperas y punteras de la piel de toro. Sí, creían ser más europeos que nadie, más emprendedores que nadie, más trabajadores que nadie….era su legado y su creencia, y ¿Quién puede rebatírselo si es la pura verdad?
De ser catalán, lo reconozco, pensaría igual que ellos. Pero no era catalán, y tuve la suerte de comparar dos mundos diferentes desde una equidistancia en ocasiones difícil de asimilar.
Recuerdo a mi adorado Jordi tratando de explicarme que el catalan “no es ni mejor ni peor que el español, pero es diferente”. A mi siempre me crujió el argumento. Porque yo soy diferente a un madrileño, a un andaluz o a un gallego. Pero eso no me causa ninguna contradicción con mi condición de español. Y por supuesto, cuando alguien se empeña en resaltar su diferencia, lo que está haciendo es compararse por arriba. Nadie insiste en señalar diferencias que le colocan por debajo. Las diferencias están para auparte, no para enterrarte. Y por eso lo de la “diferencia”, aunque estuviera edulcorada por el “ni mejor ni peor”, a mí siempre me sonó a supremacismo puro y duro.
Pero es que es normal. Los canarios, siempre dispuestos a reirnos de un tercero, siempre hemos considerado al foráneo como a un pardillo que no es capaz de captar nuestra retranca ni entender nuestra mar de fondo. Pues amigos, a ellos les pasa igual.
Pero vivir entre catalanes, hablar su lengua y comprender sus motivos me enseñó muchas cosas que por una parte cuestionaban mi orgullo isleño a la vez que me enseñaban a entender los “disparates” de mis anfitriones.
Recuerdo a un profesor que tuve en 4 de EGB. Un cura godo que se empeñaba en decirnos que el acento y el habla canaria era la fuente de toda la torpeza gramática nuestra. Que el pronunciar la s, la c y la z de igual forma nos convertía en torrentes de disparates ortográficos, y por ello, quiso que toda la clase aprendiera a pronunciar en godo, forzándonos a hacer ejercicios bucales para llegar a una pronunciación correcta. Un claro ejemplo del godo colonialista incapaz de entender que el español que se habla en canarias es más representativo en sudamérica, las antillas, andalucía, galicia o la propia cataluña que el que se habla en el mismo centro de valladolid. Y que a los canarios nos molesta lo indecible que un peninsular venga a decirnos “que hablais mal” simplemente porque tenemos nuestra propia forma de adaptar el castellano a nuestra historia y nuestros ancestros. Que para nosotros, decir “vosotros” es algo que nos desgarra el alma y se nos muere un baifo. Pero no, creo que nunca lo entendió.
Y colegas, eso les pasa a los catalanes. Personas para las que el catalán es su lengua materna no pueden dejar de sentirse ofendidos cuando cualquier castellanoparlante les EXIGE que hablen castellano en su presencia, y que el uso del catalán es una ofensa y una falta de educación.
¿Se imaginan ustedes que alguien les exigiera que cuando hubiera un peninsular delante tuvieran que pronunciar las C y la Z a lo godo para no ofenderle?. Pues es lo mismo. Mis amigos catalanes, acostumbrados a hablar entre ellos en catalán, encuentran muy difícil mantener una conversación en castellano cuando hablan entre ellos cuando hay un castellanoparlante en la sala. Y no es falta de educación. Es lo normal.
Tengo la suerte de tener amigos extranjeros que me visitan en canarias. Mi propia ex pareja no habla castellano, solo inglés, y cuando la he llevado a compartir con mis amigos canarios, todos se esfuerzan por hablarle en inglés, pero cuando tienen que dirigirse a mí, lo hacen en español con acentazo canario, sin caer en la cuente de que ella no se está enterando. Sin embargo, no son capaces de aplicar esa norma cuando están en cataluña y sus amigos catalanes hablan entre ellos catalán, que es su forma natural de comunicarse, y se ofenden soberanamente aludiendo a una falta de educación que no es tal. Sinceramente: en 17 años jamás me encontré a un catalán que no me hablara en castellano si le reclamaba que lo hiciera. Pero muy mal hablaría de mi si tratara de forzar a personas acostumbradas a hablarse en su idioma, a que cambiaran al castellano por mi excelsa presencia. Que no. Que hay mucho españolazo que llega a cataluña exigiendo que le hablen en el idioma del imperio, igual que hay mucho godo que llega a canarias esperando que le pronuncien la Z del fondo de Zamora. Y como en toda circunstancia de la vida, “allá donde fueres, haz lo que vieres”, y si te toca estarte un rato callado porque no entiendes a tus anfitriones, pues te la mamas y esperas hasta que puedas entrar en el debate de la forma que sea.
Nadie espera que en londres le hablen español por derecho divino. Lo que no sé es porqué sí esperan que en Cataluña lo hagan, amparados bajo el manto de “estamos en españa y a mi me hablas en español”, irrespetando las costumbres y la lengua de unas gentes que lo único que hacen es expresarse en su lengua materna en el territorio que habitan.
Y dejando estos detalles, también tengo algo que reprocharle a la sociedad catalana que me adoptó y acogió. Y el reproche no es otro que el haber sucumbido, más allá de sus derechos, a unos políticos de ideología nacionalista que les hicieron creerse la musa de todas las artes. Que les adoctrinaron con mentiras supremacistas y se las creyeron, como yo me creía la nobleza guanche. Que ser catalán no es ser mejor que nadie, como no lo es ser de cualquier otra parte. Que el nacionalismo fanatiza e idiotiza. Que el adoctrinamiento es peligroso y que al cabo de los años, eso se esté visualizando de una forma tan cruenta como lo está siendo ahora.
El catalán de los 80 ha sucumbido a la TV3, a los libros de historia a la carta y ante el sentimiento de agravio que los políticos sin escrúpulos les han hecho crecer en el corazón. Que los de “espanya en roba” tiene su antagonismo en “Pujol es qui robaba”. Que no son mejores – ni peores- que nadie, y que si quieren escindirse, tendrán que hacerlo con el consenso de todos los que integramos esta nación (la española). Que yo en Barcelona me siento en casa, del mismo modo que espero que un catalán en canarias se sienta en la suya, y que me revolveré ante la idea de que quieran excluirme y ante la idea de que quieran excluirlos.
Y vuelvo y digo: no siento un especial orgullo por ser canario. Tampoco por ser español. Que en cuanto pueda, pondré las patas fuera de este cainita e ignorante país. Pero incluso cuando pueda irme, querré la mejor de las bendiciones por todos los habitantes de la piel de toro. Porque mis compatriotas, a la postre, son mis vecinos, mis amigos y mi familia. Y que mi patria estará allá donde cuelgue mi sombrero.
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