sábado, 6 de julio de 2019

Sobre Tatoos, Piercings y demás abalorios


Vaya por delante el respeto hacia todas las personas que deciden “adornar” su cuerpo de la forma que mejor consideren. Cada uno es libre de tener y  sus ejercer sus gustos, sus manías o su ignorancia como mejor le parezca mientras mantenga la debida cortesía hacia los demás. Jamás saldrá de mi boca un “quítate eso” o un “no te lo hagas”, porque respeto la libertad ajena tanto como respeto la mía. Y una de las cosas que más me gusta de mi libertad es poder  defender mi opinión, explicarla , tratar de que se entienda, del mismo modo que intento escuchar y entender opiniones ajenas.

 Y a mi todas esas modas no me gustan. Aunque será mejor matizar:

 Hay tatuajes que son auténticas obras de arte y tatuadores que son unos genios y unos artistas, sin duda. Y también hay mucha morralla. Y también un mediocre término medio. Pero en cualquiera de los tres casos, mi parecer es que tanto el artista como el grafitero equivocaron el lienzo. Un lienzo que lo proporciona un tercero sin más intención que la de destacarse y hacer de su cuerpo la plataforma para el lucimiento o la chapuza de otro.

 Pertenezco a una cultura en la que la expresión artística más potente que ha dado la humanidad, desde la grecoromana a la renacentista, se plasmó en telas, frescos, arquitectura, escultura… Los cuerpos humanos nunca fueron un soporte adecuado para nuestros ancestros culturales. Muy al contrario, el tatuaje se ha usado siempre para “marcar” a un tercero de la misma forma que se marca al ganado, ya fuera marcando esclavos, convictos o prostitutas. El tatuaje siempre fue un estigma de por vida y quien lo “lucía”, era muy a su pesar y tratando de ocultarlo el resto de su vida si es que tuviera la suerte de que sus condiciones y circunstancias fueran a mejor. El tatuado era un ser menor. Un ex convicto, un galeote, una ramera. Y el tatuaje era la prueba de ello.

 No voy a entrar en otras culturas donde podía significar todo lo contrario: símbolo de status, valor, prevalencia, prestigio, porque no son la cultura de la que provengo. Lo cierto es que lo que una cultura denosta y otra ensalza es tan subjetivo como la cultura en sí, y un tatuaje no es más que una pintada en la piel que en unos lugares del planeta significa una cosa y en otras, la contraria. Y ahí está el fondo de la cuestión: hoy día, los europeos de tradición judeocristiana donde el tatuaje ha sido siempre el equivalente de la ignominia, ahora se dedica a lucir símbolos y tradiciones de culturas que les son tan ajenas como la de determinadas tribus africanas o las remotas creencias de islas de nuestras antípodas.

 Me causa cierta crispación ver en la playa de las canteras una cantidad enorme de jóvenes (y no tan jóvenes), luciendo en sus cuerpos tatuajes tribales Maorís, provenientes de un lugar de nuestras antípodas que ni siquiera sabrían situar en un mapa, y mucho menos entender su significado. Si al menos se tatuaran pintaderas guanches tendría algún sentido, pero ni eso. Si lo que mola es parecer un jugador de rugby de los”All Black” y saber hacer una Haka, pues que le den por culo a los guanches y a Artemi  Semidán

 Y trato de buscarle una explicación, pero no la encuentro. No al menos una que me convenza, por lo que tiendo a pensar que toda esta explosión pseudoartística solo obedece a unas modas ridículas venidas arriba por una globalización que descontextualiza desde los cerebros hasta el comportamiento más nimio.

 Tampoco parece ser un fenómeno juvenil donde la inmadurez sea el principal detonante. Ya sabemos que la juventud no tiene demasiada tendencia a mirar a largo plazo y puede que lo de marcarse de por vida les parezca una buena idea. Pero basta ir a cualquier playa para comprobar que esto no tiene nada que ver con la edad y que personas con casi medio siglo de vida, o más, lucen en sus pieles nuevos dibujitos y tonterías que pretenden tener mucho sentido y en ocasiones justificándolo con misticismos propios de aldea precolombina. Al final, muy a mi pesar, me inclino a pensar que la ignorancia global es la que nutre este fervor tatuador en occidente.

 Aventuro que en unos pocos lustros, nuestras ciudades primermundistas estarán llenas de locales que tendrán un gran nicho de negocio borrando con técnicas quirúrgicas punteras  los desmanes en las pieles de varias generaciones de europeos apolillados por la tontería de juventud, la MTV y los astros del balón.

 Y es que hay que entenderlos. Si tienes menos de 20 años y te forras de tatuajes, no cabrá duda de cómo influencian en tí los cantantes, los futbolistas y los actores/actrices que unos encorbatados ejecutivos de grandes multinacionales llevaron a la fama para ganar dinero fabricando muñequitos animados a los que iban a imitar sin tapujos los clientes de sus productos pretendiendo alcanzar  por imitación, que no por talento, un centésima parte de su merecida (o no) victoria.

 ¡Cuanto daño ha hecho Angelina Jolie con sus tatuajes Sak Yant que adolescentes de medio mundo ha imitado por verla en películas y revistas del corazón sin saber que son unos tatuajes sagrados de una cultura asiática con un propósito y una intención que nada tienen que ver con la vanidad y la frivolidad con la que los imitadores emulan a sus ídolos.! Y Messi, cuyo gran talento radica en jugar a la pelota, le muestra a hordas de muchachitos que forrarse los brazos y las piernas con dibujos más o menos acertados parece que te pueda convertir en un multimillonario astro del fútbol. Y luego están los “místicos”, los “especiales”, los que se sienten únicos y buscan para tatuarse motivos enrevesados que les identifiquen como personas pseudointelectuales, profundas  complejas y únicas, pero que curiosamente solo aciertan a manifestarlo siguiendo una moda de masas sin criterio claro.

 Y no hablemos de payasetes inmaduros que se tatuan al pato donald en un momento de borrachera o de juerga tipo “resacon en las vegas”. Esos mejor ni tocarlos.

 Quizás el único freno para tanta tontería es que al menos las leyes no permiten a los menores practicarse estas laceraciones con un pretexto sanitario, y que recaiga en los padres la responsabilidad de quitarle a un menor de la cabeza la ideas de exponerse a infecciones y demás cuadros clínicos indeseados (no olvidemos que tatoos y piercings entran de lleno en el terreno de la salud). Lo malo es que hay tantos padres consentidores, incultos y limitados, que he visto como a una niña como regalo de comunión le permitian tatuarse a una “minnie sexy” en la rabadilla. Tal como suena.

 Y lo de los piercings puede parecer un mal menor. Salvo esas ridículas arandelas que dejan los lóbulos de las orejas abiertos como si fueras un guerrero mandinga hasta el fin de tus días, porque eso no habrá Dios que lo cierre. Pero normalmente el que se aburre de un piercing dejará que su cuerpo, mucho más sabio que él, acabe con el tiempo por cerrar el agujero y no dejar rastro de la estupidez juvenil. Esa estupidez que hace que decenas de adolescentes lleven por la calle una argolla en la nariz con dos bolas colgando como si estuvieran permanentemente constipados y soltando mocos. O esos piercings en la lengua que en casos graves de estupidez adolescente, les hacen creer que una bola de acero en la lengua les va a convertir en maestros del cunnilingus o la felación por el solo hecho de lucirlo y tener que hablar escupiendo y “zezeando” de forma repulsiva. Por no hablar de los meses que se pasan sin poder comer como Dios manda por una infección lingual producida por una perforación en la cavidad con más bacterias del cuerpo humano: la boca.

 Hubo una época en la que un marinero experimentado se ganaba el derecho a lucir en su oreja una argolla como distintivo de que había doblado 7 veces el cabo de hornos desafiando tempestades, arriesgando la vida y convirtiendo su argolla en una medalla que le hacía merecedor de admiración y respeto. Hoy día, cualquier niñato de barrio se llena de herrajes sin otro mérito que creerse lo que no es, y lo que es peor, sin ganárselo. Y esa es en resumen la paradoja de todo esto: que hemos degenerado hasta encumbrar la estupidez y el merecimiento sin merecerlo.

 Como dice mi buen amigo MDLT, “Nos extinguimos sin remedio”