miércoles, 2 de agosto de 2023

GENERACIONES

 Soy de una generación de héroes. O al menos, así me (nos) lo han hecho creer. Nací en un baby-boom sesentero que convirtió a mi generación en una tropa que tuvo que lidiar con las mieles y las hieles de los tiempos modernos. Por un lado, no padecimos guerras ni postguerras. Ni hambrunas, ni necesidades. Incluso un buen porcentaje de varones no tuvimos ni que hacer la mili gracias a objeciones de conciencia , prórrogas de estudios y hasta insumisiones permitidas. Tuvimos oportunidades que provenían de una bonanza económica y unos padres trabajadores cuyo mayor empeño era darnos todo lo que ellos no tuvieron, y con la inmensa suerte de no depender de otra cosa que de su trabajo y esfuerzo en una época en la que si jugaban bien sus cartas, podían tener una vida laboral estable y lo suficientemente bien remunerada como para poder pagar colegios privados de los que ellos no disfrutaron, vacaciones de verano en el sur, y acceso a estudios superiores que otrora eran lujos reservados a una élite de oligarcas para sus vástagos.

  Mi generación democratizó el acceso a la educación, y en una universidad de los 80-90 compartían aula el hijo del obrero con el del patrón, cuando algo como eso era casi una herejía en tiempos pretéritos. Sí, tuvimos oportunidades. Todas las del mundo. Y algunos las aprovecharon mejor y otros peor, pero en cualquier caso nuestro privilegio fue precisamente ese: el disponer de oportunidades que otros, en otros tiempos, o por nacer en el lado oscuro del mundo, no tuvieron nunca.

  Mi generación ha vivido cambios tecnológicos importantísimos, con la fortuna de que aún hoy, somos capaces de asimilar. Hemos estado a tiempo de ver el mundo analógico en el que nacimos transformarse en digital y tener aún la suficiente frescura de mente como para asimilarlo. Nacimos dándole vueltas al disco de un teléfono para acabar manejando smartphones con soltura, y aunque el avance es exponencial, confío en que aún seamos capaces de ir asimilando con igual éxito lo que se nos viene encima con la inteligencia artificial, las energías renovables, los cambios de paradigma y una antropología social que empieza a desbordarnos.

  Pero no lo olvidemos, hubieron hieles.

   Se nos inculcó una disciplina que hoy día está tipificada como delito. Nuestros profesores emplearon a fondo aquello de "la letra con sangre entra". Yo mismo recibí bofetones, reglazos en las puntas de los dedos, castigos, penas y todo tipo de revulsivos cuando olvidaba quién es el que manda. La disciplina no se razonaba ni se explicaba, simplemente se exponía de la forma más clara posible y anulando cualquier  ademán contestatario.

 Viajábamos al sur en coches sin airbags, ni asientos elevados, ni aire acondicionado, ni cinturones de seguridad. Pedaleábamos con bicicletas de hierro pesado sin casco, ni rodilleras, ni coderas, ni la supervisión de ningún adulto. Las heridas se curaban con mercromina y con un castigo por haber estado haciendo el cafre. Una lesión traumatológica se curaba con una pesada escayola y no con férulas de titanio y aluminio ultraligero desarrolladas por la nasa. La brecha en la frente de una pedrada requería puntos de sutura sin anestesia en vez de grapas amables, y sin denuncia ni al niño que nos tiró la piedra, ni a su padre.

 No tuvimos charlas de educación sexual en el cole, y cada uno se volvía autodidacta "distrayendo" un LIB o un INTERVIÚ de la forma más rocambolesca posible, y sobre todo NO HABÍA INTERNET. Ni google, ni youtube, ni facebook, ni instagram, ni tik tok. Y creo que esto último nos salvó la vida y nos dejó convertirnos en personas. Y por eso, y muchas cosas más, somos héroes.

 Sin embargo, parece que no aprendimos nada digno de transmitir.

 Nuestros vástagos no conocen ni hiel, ni nada. Han crecido entre unos algodones y cunas mullidas que les han convertido en tiranos de manual. Cierto es que ellos también viven unas desventajas generacionales que nosotros no conocimos, tales como una competencia desmedida, carencia de recursos globales, un planeta en decadencia por sobreexplotación....sí, sufren sus demonios y tendrán que espabilar mucho para compensar la herencia que les dejamos, pero no los estamos preparando para ello. Muy al contrario, les hemos desnortado aún más barriéndoles de su camino cualquier picón que les estorbara en sus zapatos de marca.

 Como dice el dicho, "tiempos difíciles hacen hombres fuertes. Hombres débiles hacen tiempos difíciles". Hemos sido su Uber privado hasta para ir con los colegas. Los paganinis del último capricho de la tecnología. Les hemos mandado a un psicólogo cuando merecían una mano abierta en el moflete. Dejamos que Rosalía y Quevedo sean sus referentes culturales. Nuestras niñas perrean el reguetón de un piltrafa portorriqueño mientras nuestros niños suben su autoestima tatuándose en la piel un dibujito insulso y absurdo que querrán borrar si algún día llegasen a madurar.

 En serio, me deprime el panorama y a día de hoy sigo preguntándome: ¿si somos héroes y privilegiados, porqué lo estamos haciendo tan mal?

 Quizás, y sólo quizás, también no seamos más que otra generación fallida.