Ayer mi socia y amiga Tailandesa decidió ir a donar sangre
en la unidad móvil del instituto canario de hemodonación y hemoterapia del
Gobierno de Canarias, que estaba situada en plena calle de Triana.
Volvió llorando,
diciéndome que no quieren ni su sangre, por el extraño motivo de que no habla
español con la fluidez necesaria. Dicho motivo me pareció extraño y deduje que
debía haber algún error, por lo que me decidí a acompañarla y ver qué demonios
estaba ocurriendo.
Al llegar, la señorita que recibe a los voluntariosos
transeúntes que deciden donar su sangre me dice que efectivamente, no pueden
recibir su donación porque el paso previo es una entrevista con el médico de la
unidad en la que –supongo- le preguntarán detalles técnicos con los que evaluar
su capacidad de ser donante, y que dicho señor no habla inglés. Entonces me
ofrecí como intérprete, pero me indican que no, que las entrevistas son
privadas puesto que algunas preguntas entran de lleno en el ámbito de lo
personal y privado (enfermedades padecidas, VIH, relaciones sexuales previas,
historial médico en general, etc..). Muy bien, me parece perfecto que protejan
la intimidad de los donantes con tanto celo. Pero a raíz de esto, me surgen
diversas reflexiones:
1)
¿las respuestas que da un ciudadano a las
preguntas previas son consideradas
veraces? ¿acaso no analizan concienzudamente la sangre donada para asegurarse
con hechos, y no con palabras que dicha donación es segura?
2)
¿no es acaso un hecho que hay una alarmante
escasez de sangre y que diversas campañas sufragadas con dinero público animan
e incentivan a los ciudadanos a donar tan preciado y escaso recurso vital cuyo
primer objetivo es SALVAR VIDAS?
3)
¿La situación de una persona inmigrante, aunque
residente legal, con su NIE en regla y que para venir a un país en el que ya
reside durante 8 años en virtud de un contrato de trabajo , le fue requerido un
informe médico que descartara cualquier tipo de enfermedad no es acaso una
garantía? ¿Qué esa persona, además esté dada de alta en la seguridad social,
cotice y tenga su tarjeta sanitaria en regla y un historial médico
perfectamente contrastable no sirve de nada?
4)
¿es en cualquier punto concebible que el idioma
sea una barrera para que esta persona venida de fuera done una sangre que pueda
salvar la vida de un muy patriota isleño y residente con 4 apellidos canarios?
5)
¿cabe en alguna cabeza que en una ciudad que
presume de turística, cosmopolita, tricontinental, acogedora y abierta se
instale una unidad de hemodonación en una de las principales calles turísticas
y que no haya una persona con un mínimo conocimiento de inglés capaz de
autorizar la recogida del preciado y escaso líquido de la vida?
Desconozco si estas
preguntas tienen respuestas razonables, pero yo hoy solo puedo sentir una
vergüenza que hace que se me lleven los demonios. Sé que algunos desnortados
apelarán al la máxima patriotera de “si vive aquí, que aprenda español” para
acabar de hacerme sentir el mayor de los ridículos ante la cerrazón del
patrioterismo barato y aldeano que tanto nos define como sociedad. Hasta para
salvar una vida cercana, se le ponen trabas al lejano en virtud de los
sacrosantos derechos de identidad cultural de esas de “por cojones”.
Esta persona no está
pidiendo nada. Está donando su sangre por altruismo y para las personas de una
sociedad que la ha acogido. Una sociedad en la que trabaja, invierte, crea
empleo y cotiza con impuestos a una agencia tributaria que es enormemente
diligente a la hora de auditar, reclamar y ejecutar los cobros que su actividad
laboral genera. Y que sin embargo, la excluye socialmente “por no hablar
español correctamente”, incluso para seguir ayudando a esa sociedad que presume
de tolerante, abierta e integradora, pero que es incapaz siquiera de atender en
la lengua más usada del mundo a quien pretende contribuir con su propia sangre al beneficio de sus
vecinos.
Una sangre que,
además es del mismo color del de todos los que vivimos en esta cainita,
insolidaria, injusta y paleta tierra: ROJO.